Por estos días las redes sociales se saturaron con imágenes de tamales, pieza gastronómica de gran valor para jolgorios y fiestas tradicionales. También se ven cajas de arroz con pollo, billetes de $50 mil y otros símbolos que, al igual que el tamal, hoy representan el valor del voto el día de elecciones.
De todas maneras esos dirigentes políticos que sumen al país en la desigualdad, no dejarán de recurrir a llenar el estómago de los hambrientos electores. Mientras se concretan las curules que tendrán sabor a grasa, ron, papa, aliños y dedos chupados, los escasos opinadores con conciencia política llegaron a una bizantina discusión sobre el voto en blanco.
Los cogió el 9 de marzo divididos, como les conviene a los que sí tendrán puestos en el Congreso. Estos últimos serán mayorías allá en el Capitolio, a costa de millones de votos comprados, amarrados y constreñidos, para hacer lo que solo le conviene a una minoría.
La democracia colombiana es una real payasada a la cual le llaman fiesta electoral en tiempo de elecciones. ¿En serio creen que con ejercer un proselitismo honesto se reemplazará a las mafias corruptas que ostentan el poder político de este país? NO.
Y no sucederá por lo que hemos visto en el acontecer nacional reciente. La realidad está tan desbordada que permite ver con claridad, para quien quiere ver, que cuando el voto no favorece al gamonal político, este cuenta con un haz definitivo en la manga, como es el poder sobre los órganos de control: Procuraduría, Fiscalía y Contraloría.
Esas instituciones funcionan también a favor de estas mafias. Hasta los medios de comunicación caemos en el error de mostrar que se produjeron decisiones en Derecho. Renunciamos a investigar o, al menos, a dejar abierta la posibilidad de que un funcionario de un ente de control le está haciendo el favor a un dirigente político, a través de la sanción a un contendor.
Todo esto sucede porque los escasos días en que podemos cambiar el rumbo, estos mafiosos que se presentan como demócratas mandan a hacer tamales, reparten de a $50 mil a cada elector y les dan el transporte gratis, un souvenir u otro cachivache. Más aún, la MOE (Misión de Observación Electoral) ya anticipó que hay zonas del país en las que los grupos armados ilegales, amistados con políticos tradicionales, están en capacidad de obligar a los votantes a sufragar por esas mafias insertas en el conservatismo, el liberalismo y sus subdivisiones (U, Centro Democrático, Cambio Radical, PIN, entre otros).
Cualquiera sea el método empleado, el día de elecciones no es más que un gran concierto para delinquir. Al final del día habrá barrigas llenas y mafias contentas, que nada le deberán a sus electores porque el voto ya está pagado. Aún así, al cabo de unos meses saltan con descaro y como pollos ardidos ciertos líderes comunales y comuneros acusando de incumplimiento a los elegidos, como si ellos no hubieran hecho parte del contubernio. La pantomima del próximo 9 de marzo está lista y el libreto se reproducirá en elecciones venideras. En nuestra democracia nada cambiará porque las elecciones solo son una ficción, un acto de ilusionista.
Hay que considerar entonces la fuerza de un pueblo alzado contra esas mafias. La desobediencia civil, la movilización, la objeción de conciencia, el uso legítimo de la fuerza para rebelarse, son algunas herramientas de derecho y constitucionales que prácticamente están sin usar en nuestro país.
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