Los mecanismos de participación ciudadana en Colombia más eficaces son el paro o la huelga. Además de ser constitucionales, porque son consecuentes con los derechos de reunión y de asociación, son los que hacen que un gobernante deje su negligencia a un lado y se fije en qué deberes está incumpliendo.
En un paro los gobiernos tienen dos opciones, sentarse a escuchar o reprimir. De ambas hace uso el aparato estatal, con mayor prevalencia por lo segundo. Por infortunio, la opinión pública solo se da cuenta cuando estalla la huelga.
Sin embargo, ignora que le anteceden meses de pedir audiencias, sostener reuniones y elevar peticiones a funcionarios, sin la atención debida, tras un universo de evasivas, jugarretas, arrogancias y demostraciones sobre quién tiene el poder y quién no, y por lo tanto es el que dispone los recursos.
Recordemos que los dineros públicos son el pago de la prostitución estatal. Luego de las orgías electorales se llega al poder a un alto costo y de la misma manera hay que retribuirle a los auspiciadores, aportantes, amigos y demás. Lo poco que queda es para cumplir el propósito esencial de brindar bienestar al pueblo.
Sin duda las cuentas del Estado se verán descuadradas si aparece alguien que le recuerda: mire es que aquí hay un problema porque la ley ordena que, por ejemplo, había que ensamblar un automóvil Mercedes Benz y hubo que hacerlo con un chasis de R4, cojinería de yip, un motor Lada y un capó de Carpati.
"Pero camina y eso es lo importante", dirá el funcionario público.
Ese armatoste es una analogía de la educación, la salud, el agro, el transporte, la rama judicial, las cárceles, entre otros. El conductor representa a los trabajadores, que en gran parte les están exigiendo una preparación tan costosa que jamás recuperarán lo invertido. El pasajero es el usuario, el estudiante, el paciente, el interno de la cárcel y otros.
El conductor pide ser atendido, pero el arrogante funcionario le anima a que continúe, aún si ve que no hay futuro ni forma de llegar al destino trazado. Consecuente con su realidad el conductor tendrá que detener la cacerola, para que al fin el impávido gobernante abra los ojos y se dé cuenta de que su encantamiento dejó de funcionar.
De repente se verán campañas de información, tipo ciencia ficción, en las que el auto sí es un Mercedes, que el conductor es muy exigente y que el único afectado es el pasajero. Luego declara ilegal la huelga, les echa encima el Esmad y si todo esto no funciona, el gobernante se sentará a negociar.
Más allá de que sea o no la solución, se ve inviable otro mecanismo real de participación ciudadana diferente a los paros, porque involucran a un buen número de ciudadanos y tienen un propósito claro que es mejorar las condiciones de los manifestantes.
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