Hora temprana, los chicos van saliendo de la casa de residencia estudiantil donde viven; allí se les brinda sin costo alimentación, dormida, un pequeño cuarto compartido. De repente, uno de los chicos adolescente aún se lanza sobre mí que les despido en la puerta.
Hubo confusión, gritos, forcejeo, pues el chico manejaba una punzante navaja y procedió callado, sin gritos; no hubo heridas, pero sí le noté su rostro demudado, endurecido.
En la noche, ya en la casa de nuevo pidió excusas a todos en el comedor y confesó no acordarse de nada, no recordar ni lo que hizo, ni el por qué o el cómo; esa noche se supo que él consumía alucinógenos de vez en cuando y que la noche anterior tuvo una noche negra de pesadillas, euforias alocadas, risas y llantos sin razones.
Este hecho nada plausible y tranquilizador me remite a nuestros grupos de Gobierno y legisladores que ofrecen a nuestra Patria dizque soluciones libertarias y abren sendas electorales prometiendo aprobación del uso cada vez más extendido de los estupefacientes, que bien sabemos se deslizan como víboras venenosas que lentamente sumergen en reacciones fuera de control con afectación no sólo al consumidor sino a sus familias y la sociedad.
Hago memoria de una visita por allá en la década del 60 de un ilustre español que visitó a Manizales para participar en varias tertulias literarias, este buen hombre murió el 19 de julio de 1981. Se trata de José María Pemán, académico, presidente de la real Academia de la Lengua Española desde 1939. Soñaba con revitalizar el teatro, la prosa y la poesía castellana hacia un apogeo como lo fue en el siglo de oro. Exaltó en su obra literaria el valor de la existencia y las cosas. Miraba como centro de la formación, en especial de la juventud, el camino cultural, el arte del bien hablar y buen escribir; el expresarnos con alegría y belleza, el iniciar en las sendas del arte, pero con la consigna de vivir en gozo, servicio y amor a Dios y a la Patria.
Dejó buena huella en la juventud de aquel tiempo. En vez de facilitar la vida inhabilitando para los momentos de tropiezo y dificultad demos medios para ser fuertes, valerosos y optimistas.
Me gusta una de sus frases finales: “quiero clavar en Dios mi envejecida anda de navegante”.