Entre los regalos de Navidad y fin de año muchos han recibido algunos que han conducido a la pregunta: ¿para qué? No sé qué es ni para qué se usa lo que me han dado, menos sé cómo abrir, manejar, utilizar y disfrutar esto que ahora tengo en mis manos, para mí, dado con cariño.
Así está mi amigo que ha recibido un computador última moda, con usos de múltiples maneras; me contaba que apenas sabe manejarlo para escribir notas, cartas, pero que según le dicen aún no se ha metido en todos los recursos que le ofrece y más aún, me anota, tocando una y otra tecla, el resultado es complicación al máximo, brincos de caracteres aquí y allá, borrada de líneas ya escritas. El para qué esto y aquello que ofrece el útil computador es casi un enigma al encenderlo e intentar usarlo; las explicaciones recibidas vuelven a ser equívocos cuando está a solas con su técnico aparato.
Me parece que en la vida real ocurre lo mismo con la existencia; algunos llegan a momentos en los cuales se preguntan “para qué la vida, para qué existo, cómo invertir días y años, bienes intelectuales y materiales”; a veces les ocurre lo de mi amigo con su computador: al hacer esto o aquello el resultado algunas veces es de mayor complicación.
Me gustó lo que me dijo algún minero en cierta ocasión: “el misterio es mi alimento cotidiano”, porque la montaña me regala cuando menos lo pienso el hilo dorado de inmenso valor; eso sí, me añadió: “debo estar laborando buscando el pequeño grano de oro”.
Así es la vida: me regala dones inmensos pero debo estar sin pereza dispuesto a recibir dones de Dios. Me parece iluminador lo que anota San Ignacio en su libro sobre “los ejercicios espirituales”: “todas las cosas sobre la tierra están para ayudar al ser humano en la consecución del fin de alabar, reverenciar y adorar a Dios”.
Hoy, frente a la multitud de opciones y evasiones, hace falta lucidez; vivir con sencillez, fortaleza y solidaridad, compartir más que acumular, volverse más feliz de existir.
Buena manera para vivir mejor: recibir el misterio de la existencia, aprender el mejor uso de horas y días, sentir que cada uno tiene una bella misión en la tierra. Disfrutar sanamente y compartir con gozo.