Al arrancar la hoja del calendario entramos hoy a un nuevo mes, a una nueva etapa de la vida que en la cronología existencial nos adentra a un escalón de ascenso; un llamado a llenar de vida los días, a hacer del tiempo una expresión amorosa, activa, creciente, satisfactoria.
Febrero viene de la palabra latina “februo” que significa fiebre, fuego, todo lo contrario a estatismo o indiferencia, que une a luz, encendido, marcha creciente.
Un mes que nos invita a salir de la monotonía que nace de la repetición cansina y sin amor de los días y las horas; invitación a no dejar para mañana lo que podemos hacer hoy, a tomar determinaciones para hacer mejor lo que nos corresponde, realizar un mes mejor en nuestras relaciones familiares, laborales, estudiantiles, religiosas.
El tiempo es sello de lo que en griego se designa como “cronos”, es decir tiempo que pasa, transcurre, corre; de allí palabras como cronología, cronómetro; cada día es entonces desgaste, avance, envejecimiento, camino hacia el final.
El cristianismo ha puesto un sello sabio sobre el cronos y desde el mismo griego denomina el tiempo como “jaris” es decir “gracia”, don maravilloso, motivo de gozo, oportunidad de crecimiento recibiendo la gracia de Dios, los dones que cada día da el Señor como aquel “ pan de cada día”.
Es llenar de realismo la existencia. Es verdad que el tiempo es cronología implacable, que parece corroer la roca de los años, pero es también cierto que es don de Dios, oportunidad de crecer en servicio, felicidad, plenitud.
Hay que llenar los días de sentido; alguien dijo que “hay que ser como el cactus que aún en lo árido, florece”, hay que recibir las sacudidas de la vida que nos despiertan. Es cierto también que no toda movilidad o velocidad significa avance y por ello hay que dar pasos diarios en sabiduría.
El cristianismo da un sentido profundo al tiempo, a los días, meses y años que nos corresponde vivir y nos invita a vivir “como Cristo Jesús”. Demos el paso.