Con tintes de realismo y una narración que engancha y fascina por la expresión precisa, gramatical y bella nuestro vecino William Ospina describe en su novela histórica El país de la canela una parte de la conquista ansiosa de varios de los españoles que llegaron a este nuevo y espléndido mundo y enloquecieron viendo su belleza, riqueza y tierras ni siquiera imaginadas por su belleza.
Nos narra el encuentro de Francisco Orellana, que tras su triunfo opresor en Quito se une pletórico de honores con Pizarro para venir a buscar el colosal y soñado “dorado”, mar de fortuna y poder; apoderarse de los sembrados del “árbol de la canela”, otra fuente de riqueza. Iniciaron su expedición con parte de éxito nublado por la aparición tajante de la violencia para quitar de en medio a los poseedores y tomar lo conquistado; algo de la canela lograron, poco de “El dorado”, pero encontraron el caudal inmenso y majestuoso del largo río Amazonas. Enloquecidos se sintieron dueños del mundo, pero pronto la selva les cerró el paso vencedor.
Años atrás, el 6 de septiembre de 1492 desde las Canarias, Cristóbal Colón partió a la inmensa aventura de encontrar nuevos caminos de navegación hasta encontrar el nuevo mundo que en el amanecer del 12 de octubre se le apareció a la tripulación tras el grito de Triana que anunciaba “tierra” con grito emocionado. Desde entonces se desencadenó la fiebre de conquista, de posesión, de ansia de poder y riqueza, de extensión del demonio español que en las leyes de la época “tierra conquistada era tierra poseída”, ya que lo encontrado era inferior en todo a quien se posesionaba.
Sabemos que de esta fusión surgió con los siglos una raza nueva que ahora resuena como “latina”, de fuerza, lucha, trabajo, audacia, búsqueda de la libertad, valoración de un pasado forjado por valientes. Desde la Iglesia y el Papado de Francisco se hizo precisión sobre el valor del mundo Amazónico y su valía para el progreso equilibrado del mundo; ahora con el Sínodo se hará de nuevo valoración de esta América del Sur volcánica por sus montes, pero también por sus habitantes.
Estas tierras descubiertas en 1492 son bandera de esperanza para un mundo en maduración en nueva época. Hay Esperanza y ojalá Amor.