Lionel Andrés Messi Coccittini, el “Messías”, Leo, Lío, la Pulga, el marido de Antonela y taita de Thiago y Mateo, hijo de Jorge Horacio, operario, y Celia, aseadora, el eterno 10 de la selección argentina, del Barcelona, con forzoso aterrizaje en el PSG de los parises de la Francia, ganador varias veces del “Balón de oro” que lo acredita como el mejor en su oficio de dar patadas con arte, le puso la cereza al pastel y llevó a Argentina a su tercer título mundial en Catar. Nació el mismo día que murió Gardel, el 24 de junio. De eso  hace 35 años y monedas.
La flauta no le había sonado en forma con la selección de su país. Hasta cuando ganaron la Copa América 2021. Y ahora con el título mundial dererotando Francia en el azar de los tiros penaltis.
Messi y su corte sacan los restos, y arrasaron en su último mundial. Es el único diploma que le hacía falta para colgar en la pared de su vanidoteca.
Cuando nació en Rosario la balanza se aquietó en 3 kilos y el metro se quedó congelado en 49 centímetros. No necesitaría más de 1.69 cms. para alcanzar el olimpo de los cracs.
Messi solía tener la discreción y el bajo perfil de San José. En Catar le puso punto final a su tímida mansedumbre y se echó el equipo encima. Y cuando hubo que bravear lo hizo. Así fuera pateando la urbanidad de Carreño. Hasta se le salió un maradoniano “¿qué mirás, bobo?”, dirigido a un rival de los Países Bajos que lo sacó de los guayos.
Este ganador repetitivo del Óscar del fútbol, no parecía hecho para el protagonismo. Casi pide perdón por su excelencia balompédica, hay (había) que sacarle frases con ganzúa.
Es feliz haciendo lo que hace desde los cinco años: jugar con el virtuosismo con que sus paisanos Les Luthiers ejecutan su música, o su vecino (uruguyo)  Gardel desgajaba milongas.
Este ideólogo de la (pierna) izquierda hizo visita desteñida visita de médico a Bogotá para jugar, disfruta del fútbol por el fútbol. La  vez que vino a Bogotá para jugar contra Colombia en unas eliminatorias, fui hasta su hotel a ver si lo veía asomarse por una rendija para contárselo a mis nietos, pero tuve que regresar a casa sin mejorar mi prontuario balompédico. De niño, como nos sucede a todos los que le hemos dado patadas al balón,  Messi - a quien se le detectó un madrugador accidente hormonal que le impedía crecer- jugaba para el olvido. O para Jorge Horacio, su padre y  primer entrenador. En los primeros teteros de pecho, mamá Cuccittini, le inoculó el AZ del fútbol.
Fue rechazado por el River Plate después de hacer el kinder en las divisiones inferiores de Newell’s Old Boys. (No se le aplica la sentencia del genial Walter Gómez, El Botija, uruguayo: “Los que hemos jugado River-Boca Júnior fuimos elegidos por Dios”).
A los 13 años, Messi recaló en el Barcelona que finalmente pagó la cuenta del tratamiento para aligerarlo de su enfermedad hormonal. Desde entonces no se había movido de allí, salvo para jugar con la selección gaucha. Y desde hace unos años en el PSG, donde comparte honores con Mbappé, otro mimado por las musas. Los dos se vieron las carátulas een Catar. Fue un frente a frente para no olvidar. En adelante, cuando me pidan que defina la nostalgia podré decir copiándome de alguien: Yo vi jugar (por televisión, lástima) al dueto Messi-Mbappé.
El francés juega con un plusmarquista mundial de los 100 metros en cada pie. Messi lleva un WAZE en cada guayo. Su obra de teatro en el partido contra Croacia, cuando dribló hasta el gato y puso el tercer gol, ya es historia.
Activista del signo cáncer, nunca ha tenido el fútbol por cárcel, es decir, como pretexto prosaico para rebuscar el sustento. Lo atestiguan la entrega, alegría y altruismo con que lo practica. Habría podido jugar gratis. Para qué plata si se puede convertir el fútbol en una de las bellas artes… pedestres.  Pero en tiempos del capitalismo salvaje toca cobrar. Además, la vida del jugador es fugaz como un estornudo.
Tiene rostro de niño bueno, de aquellos que se toman la sopita, al contrario de su paisana más famosa,  Mafalda. Si otro argentino, Borges, lo hubiera visto jugar, habría renunciado a su furioso “ateísmo” balompédico.
(Traducido a literatura, el fútbol de Lío, como le decía machaconamente Maradona, está más cercano de la lúdica de Cortázar que de la hermosa y escéptica prosa de Borges).
Un exentrenador suyo en la selección argentina, Basile, le daba carta blanca: “Hacé lo que querás”. O sea, que podría llevar Play Station para distraerse mientras los demás sudaban.
“Es la esencia del fútbol”, resumió  Joan Laporta, quien autorizaba los cheques para el pibe del sueño en el Barcelona.
No hay escándalos mayúsculos en la hoja debida de Messi. Bueno, salvo el quilombo que se le armó por escurrirle el bulto a Hacienda que lo obligó a pagar cuatro millones de euros que no le hicieron cosquillas a su bolsa. Pagó con la plata de bolsillo.
También ha sido salido retratado en la prensa por una que otra escapada de la epístola de Pablo para echarse una canita al aire. (No se puede confiar plenamente en equipos cuyos jugadores son fieles. Lo dijo un aguatero cuyo nombre me niega el señor Alzheimer).
Su anónima pierna derecha apenas le sirve para subir y bajar del bus. O para deleite de la pedicurista. Messi podría jugar sin esa pierna. Su izquierda trabaja  por las dos. Si hubiera nacido derecho, sería médico, siquiatra, periodista, ascensorista. O vendedor de churrascos.
Pero los zurdos como él – y como James Rodríguez, el nuestro- también son gente. La lista de “siniestros” es larga: Da Vinci, Miguel Ángel, Picasso, Marceau, Chaplin, Marilyn Monroe, Clinton, Barack Obama, Fidel Castro.... También Maradona, de quien es admirador y antípoda en la vida personal.
Hace tiempos se aproximó al virtuosismo de célebres “10” como Pelé y Maradona. En este mundial despejó dudas de muchos que creían que ya lo había dado todo. Me incluyo entre estos escépticos que ya reculamos.
Menos mal, cuando enfrentó a Colombia, en Bogotá,  la Pulga dejó su arte en Las Ramblas.
Messi le ha dado estatus a números como el  18 y al 19, que también ha lucido. Números que a nadie le dicen nada. Es como llamarse Francisco, antes de que hubiera humo blanco en el Vaticano para anunciar que “habemus papam”, Francisco, hincha de san Lorenzo de Almagro. El papa sea imparcial y puso al Espíritu Santo del lado de sus paisanos. Y de Messi en particular
Los marcadores tienen pesadillas y cólicos la víspera del partido contra Leo y su logia. Agradecerían un pequeño y pasajero infarto por el amor de Dios, o que una migraña retuviera a Messi en casa tomando mate.
Otros jugadores quisieran pedirle un autógrafo en la cancha, pero no lo hacen porque  la tribuna podría silbarlos. Ya lo harán en el supermercado, en un bar cuando se le escapa a Antonela, o en la claustrofobia de algún ascensor. Después de verlo actuar – es un actor- queda claro que ahora el fútbol también se apellida Messi, el hombre más parecido a un domingo feliz que nos está recordando, con Javier Marías, que “el fútbol es la recuperación semanal de la infancia”. (Esta nota ha sido sometida a latonería y pintura).