Vivimos una situación de incertidumbre todos los días mayor. Nos acostumbramos a los desafueros con los que actúan, nuestra clase política y nuestros burócratas de ocasión. Tenemos una distorsionada forma de evaluar la realidad como ella es, para interpretarla al antojo de los caprichos de los que nos manejan y de los que sobre ellos ejercen control. No hay una verdadera acción que demuestre que existe una autoridad en el país, que sea seria, independiente, justa, equilibrada y transparente.
El día a día está lleno de ejemplos de todo lo que pasa en nuestro país, que demuestran la debilidad de nuestras instituciones, el poco poder fiscalizador de la ciudadanía sobre los que ocupan cargos en el gobierno, que obligatoriamente deberían estar sometidos al escrutinio público, con la aceptación, aprobación o rechazo de los mismos, según el verdadero valor de sus acciones y la transparencia de sus actos.
Por todos los rincones de nuestra geografía se aglutinan comparsas de personas que hacen del arte de gobernar un juego de mala estofa, en el que ser honesto es una bagatela sin importancia, mientras que ser lo contario es visto como algo insignificante que carece de importancia en el manejo de lo público, poder que les es dado por la gente, cuando los elige, para que con disciplina, transparencia y honestidad, le respondan por los manejos del Estado con todas sus dependencias y poderes, incluidos el legislativo, el ejecutivo y el judicial.
Tenemos muchas décadas de decadencia institucional, en las que hemos dejado entronizar la corrupción como un mal necesario, que se puede dejar pasar sin darle mucha importancia, con algunos actos excepcionales y pequeños castigos, que son muy promocionados, con los que hacen mucho ruido y alaraca, para mostrarle a la gente que las instituciones de control están haciendo algo, cuando en realidad no pasan de ser inmensas instituciones que se dedicaron a ser sirvientes para favorecer amigos e intereses personales.
Que dolor de Patria produce ver la impunidad casi universal de la que gozan los grandes hampones y delincuentes que desangran el Estado y las instituciones, sin que el país y la gente levanten la voz y los señalen, para ponerlos en evidencia, juzgarlos y castigarlos como es debido, con severidad especial, para aquellos sujetos encargados de prestar servicios en los entes públicos, de carácter nacional o territorial. Mientras en Colombia la ley sea solo para “los de ruana”, veremos muchos delincuentes mayores manejando nuestros recursos, amparados en los pocos privados de la libertad por delitos menores, o a los que les dan la opción de estar recluidos en centros especiales, como casas fiscales y sin restricciones, solo porque la justicia en Colombia es ciega, es sorda, tiene la balanza mal equilibrada, pendiente de un punto no central, sino desplazado para poder inclinarla a favor de los que desangran los recursos públicos, los que se roban lo que siendo de todos, comienza a pertenecerles por apropiación e ilegal usufructo.
Llevamos 4 meses del actual gobierno, que prometió cambios radicales en la organización del Estado, con gente honesta y sin tacha. Pero vemos que todos los días tienen que apoyar o repartir puestos entre contrarios, que antes fueron señalados con rigor por los que ahora manejan el Estado, para terminar gobernando con los que un día dijeron eran los corruptos que había que combatir y castigar. Esas son las realidades de las promesas politiqueras, que sin importar el lado en que se encuentren, siempre logran hacer parte de la institucionalidad, para seguir actuando con desgreño y falta de vergüenza, ante la mirada atónita de los funcionarios que por fortuna son honestos, decentes y transparentes, vigilados en el ahora y en el aquí, sin que se les encuentre mancha alguna.
Llegó la hora de demostrar que el cambio de gobierno era para mejorar las condiciones de vida de los colombianos, teniendo en cuenta a los excluidos de siempre; personas como todos los habitantes de este país, a las que les fueron negados hace mucho tiempo sus derechos, excluidos de manera olímpica por la manada de políticos miopes, deshonestos e insensibles que nos han convertido en una vergüenza mundial.
No se trata de hacer una apología al comunismo, ni entronizar el capitalismo salvaje como maneras de gobernar un pueblo. Se trata de ser incluyentes, respetar la diversidad de las razas y culturas, para poder convivir entre contrarios ideológicos sin que eso sea motivo de pena capital, pero atacando sin descanso a todos los hampones que en la legalidad o fuera de ella, convirtieron y mantienen unos emporios de delincuentes, que causan desazón y rabia. Colombia merece mejor. No más tolerancia con los corruptos.