La realidad política que vivimos, esa que quedó comprobada en las pasadas elecciones, nos muestra un panorama desolador y vergonzante. Muchos de ellos que fueron elegido, sobre todo en las grandes ciudades, lo fueron gracias al poder de maquinarias, que, inundadas de dinero, cometen el delito de constreñir al elector, pagándoles por su voto e inducirlo a elegir, a los que por motivos que son ampliamente conocidos, debían estar vetados para hacer parte de la posibilidad del ejercicio político, en lo nacional y en lo regional. Las regiones más poderosas del país están en manos de negociantes inescrupulosos del poder, manipuladores del sentir popular y mercenarios del ejercicio limpio y decente del arte de la política, rebajado por ellos, a la categoría de un negocio lucrativo e inmoral, en el que no hay límites, no hay valores que deban ser respetados, ni prohibiciones que no puedan ser violatorias de la los postulados legales.
Creen que al tener poder se convierten en personas de mucha importancia, cuando no pasan de ser basura humana, desecho social, una miserable cofradía de inescrupulosos, que no defienden ideas, sino intereses, esos que les van a producir suculentas dádivas y ganancias, con las que aumentarán sus imperios, solo preocupados por hacer de su vida y da la que los siguen sin recato, una verdadera cofradía de manipuladores y estafadores, que se adueñan de las regiones, sin que hasta ahora las autoridades encargadas de vigilarlos, los comiencen a investigar, los judicialicen y les impongan las sanciones inherentes a los delitos electorales, bien establecidas en la letra muerta de nuestra Constitución y de nuestro ordenamiento jurídico.
La Registraduría Nacional es una vergüenza, las prácticas de su registrador producen náuseas, con ese comportamiento que raya en lo delincuencial, en el que se alteran los resultados, cambian votos, acomodan cifras, inflan escrutinios y desbaratan de un solo tajo, la función que están obligados a cumplir, y que son normas a las que se obligan. Pero no, aquí en este platanal, nada importa, violar la ley no es una actividad reprochable y delictiva, sino que se convierte en una demostración vergonzosa y pestilente de los que tenemos como realidad en el manejo de las instituciones de control. En este mundo macondiano, la ficción supera a la realidad, los actos claramente definidos como ilegales y delictivos, pasan deliberadamente desapercibidos, cuando no tolerados, por los que están encargados de ponerles freno, porque hacen parte del contubernio de deshonestidad y de falta de escrúpulos, en el que está cimentado el poder de esos entes en nuestro país. Colombia no resiste más este comportamiento francamente delincuencial de su clase dirigente. Estábamos en el borde del abismo y nos acercamos a la caída al precipicio, sin que aparezcan muestras de un cambio social que frene todos los despropósitos, los actos deshonestos, las manipulaciones ilegales de la voluntad popular, las artimañas grotescas con las que manejan el cotidiano de las regiones, con promesas incumplidas o compradas en este bazar de inescrupulosos, inmorales y deshonestos. Necesitamos comenzar a cambiar las bases sobre las cuales hemos levantado esta maltratada democracia, con mecanismos efectivos que impidan las tropelías de los corruptos y sus acólitos, acostumbrados a la estafa, el fraude, la trampa, la manipulación de las hordas de ciudadanos que viven en el olvido y en la pobreza absoluta, pero que permiten con sus acciones, que esta situación se eternice en el tiempo, para beneficiar a pocos, a costa del inadmisible y reprochable sometimiento de esos olvidados, que no tienen derechos reales que se cumplan, para hacer un país más justo, más decente, más incluyente, sin que nuestros compatriotas, parafraseando a Héctor Abad, se vean sometidos a “el olvido que ya son”. Esperemos lo que den como resultado los reconteos vigilados de los votos, para saber si quienes hoy aparecen como elegidos, fueron impuestos con trampas.
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Lamento profundamente el fallecimiento de mi amigo Nicolás Restrepo Escobar, quien, en el ejercicio de su actividad como director de La Patria, demostró que se puede manejar un medio periodístico con independencia, seriedad y tolerancia con las opiniones diversas de los que escribimos. La ciudad y el periodismo, han perdido un hombre recto y decente, que quedará en la memoria como un ícono digno de imitar. A su familia y al periódico mi más sentido pésame.