La política ha llegado a límites inimaginables de indignidad y deshonra. La mayoría de los que se dedican a ella, lo hacen movidos por intereses particulares, que creen están por encima de su verdadera obligación, que no otra, que la de trabajar para mejorar las condiciones de vida de un país, sin discriminaciones de clase alguna.
No, en nuestra obsoleta y desacreditada democracia, ellos trabajan para beneficio de particulares y para el enriquecimiento personal, sin que se vean controles que realmente sean eficaces y saquen a la luz pública, los abusos de poder, de la mayoría de los que por desgracia para nosotros están en él.
La corrupción se da en todos los niveles. La tenemos enquistada en los municipios y en las capitales, con sus ediles y alcaldes; en los departamentos, con sus gobernadores y los funcionarios públicos que nombran y los rodean, llenos de cuestionamientos y carentes de escrúpulos en el manejo de los dineros de la gente, sin entes de vigilancia y control eficaces, desvirtuando la razón de ser de las entidades creadas para garantizar el buen funcionamiento del Estado.
Estamos en un “paraíso” construido por delincuentes, llenos de conocimiento en el manejo de los atajos y las trampas con los que hacen las farsas en completa y total impunidad. Es una alegoría indecente al timador, al que estafa, al experto en fraudes, al inescrupuloso haciendo actos dolosos, al engreído que se jacta con cinismo de sus fullerías, farsas y comedia. Estamos llenos de una policlase que domina la tramoya, sabe como nadie de los ardides, no se avergüenza de las tretas, ni de sus asechanzas, encerronas y redes de malas artes. Hemos tenido por décadas un número incontable de expertos en intrigas, confabulaciones, tramas y chanchullos, con los que logran hacer impunemente sus encerronas y trampas deshonestas, sin que tengan el menor pudor, ni demuestren la menor vergüenza.
 Las manos temblorosas  de un fiscal de bolsillo, presentando el informe de los bienes incautados al narcotráfico, bajo extensión de dominio en la SAE, dejaron al descubierto la felonía de  los delincuentes de cuello blanco y de los que desde el poder se han aprovechado de sus posiciones privilegiadas, para apoderarse ilícitamente de propiedades a las que no tienen derecho, esas que están en su poder por la corrupción miserable y pueril que tienen los que hoy aparecen como dueños, o los que desaparecieron su existencia en los anaqueles del Estado para robárselas, y usufructuarlas con mucho cinismo, pero sin  pudor.
Colombia no merece la suerte de tener un fiscal de tan bajo nivel, de tan débiles cimientos en su función, de tan mala preparación en la entidad de vigilancia más importante que tiene el país, con tanto cinismo, con una personalidad francamente distorsionada, con la que se autodenomina “el mejor fiscal de Colombia”, y “el más preparado”, como para que podamos reír a carcajadas tristes. Funcionarios como ese, rompen de un tajo con la base de personas honestas y decentes que hay en esa entidad, trabajando sin aceptar corrupción contra todo lo que es evidente, en una institución prostituida y decadente, que no solo no administra justicia, sino que se convirtió con descaro sin par, en defensora de delincuentes, lo que por su puesto no es su función.
Pero todo esto pasa porque la gente está mal informada; porque los medios le dicen mentiras o hacen una parodia de lo que quieren que su audiencia crea. Lo hacen con la desvergüenza inaceptable de ser estafetas pagados por los funcionarios públicos y por el gobierno, para deformar la realidad, esconder sus felonías y actos de corrupción.  Buena parte de la prensa hablada y escrita está al servicio pueril de los intereses de inescrupulosos, que los utilizan y les pagan para que mantengan mal informada o desinformada a la gente, con el único propósito de poder hacer los que les venga en gana. Estos son los actores de medios prostituidos, convertidos en antros de mala muerte, donde los más falsos y los peores, son los que más audiencia tienen, entre una población de desinteresados por la situación o de ignorantes de la misma.
“Serás, ¡Oh colector!, el árbitro invisible,
 el que manipula esa montaña de granos de arena,
 ese mar de gotas, esa totalidad de nadas:
 la opinión pública, y si así lo quieres,
 te enriquecerás tanto con tu palabra como con tu silencio.
 ¡Bello destino!
 pero, ¿eres digno de él?”
Rafael Barrett