No me refiero a luces de Navidad pues aún no es tiempo; me enfoco a luces para la vida que abren horizontes de esperanza y dicha y tiene que ver con el dos de noviembre.
En 1936, el dos de noviembre, los fieles de Manizales estaban asombrados ante la magnitud, belleza incipiente, colosal estructura que pisaban por primera vez ese día esa mañana se dio apertura a la Catedral de Manizales que desde ese momento no cesa de dar sitio a toda persona que desea expresar su fe o buscarla o bien retornarla.
Celebración eucarística, cantos expresivos y colectivos, flores, incienso, confesiones, admiración y entusiasmo llenaron desde ese día a los habitantes y visitantes de nuestra majestuosa Catedral, nadie duda que esa realidad cohesionó a los manizaleños, alzó el civismo, abrió horizontes para lograr una ciudad grande por sus valores, la nobleza de sus gentes, el empuje batallador que la ha distinguido.
Se dio apertura precisamente un dos de noviembre que en el calendario es la celebración de la memoria de todos los fieles difuntos que a la vez nos sitúa frente a la realidad de la muerte, de la nuestra, de los demás.
Morir es como entrar a una nueva dimensión de la existencia, como ascender a un atrio del Templo eterno, se debe sentir lo mismo que aquellos que entraron por vez primera a la Catedral admirados de su grandiosidad.
Las dimensiones biológicas, intelectivas, emotivas, humanas y religiosas encuentran en la muerte un momento único, individual, decisivo, sin retorno; es la trascendencia que abre la puerta de la existencia de cada uno a la realidad ineludible de la muerte, del acontecimiento final terreno que no se repite, que llega al niño, al joven, al enfermo, al anciano, al genio o al ignorante, al largamente enfermo como a aquel que goza de buena salud.
Dónde, cómo, cuándo, es parte de lo fascinante de la muerte que permite superar lo dubitativo o temeroso del paso a dar. Alguien ha dicho de forma resumida que es “el fin del afán”, que es el término de una carrera que pide llegar bien a la meta, al puerto, a la plenitud.
Los antiguos llamaron a la muerte “diez natales” (día natal), expresando que es el instante de un nacimiento para la historia personal, familiar y eclesial; otros anotan que es decir como el hijo pródigo (Lucas 15): “Me levantaré e iré a mi Padre”. Es Pascua como la de Jesús, es abrazo de llegada.