Danna Sofía Alzate Galvis tenía 6 años, era hija única y cursaba primero de primaria en la escuela Juan XXII de Chinchiná. Desapareció en el barrio Nuevo Horizonte. Juan Carlos Yepes Bañol, con orden de captura por delitos sexuales contra otra menor, admitió que la secuestró, la violó y la mató.
Al abogado manizaleño Rubiel Díaz Londoño lo busca la Interpol por asesinar a su novia Estela Toro Arias y a la hija de ésta, Leonela Tatiana Torres, para quedarse con su herencia. Otra noticia: en La Enea mataron a una señora de 63 años. “El asesino sería su nieto, de 27 años, que la atacó a machete. Vivía con ella”. Una más: nueva condena contra Juan Carlos Galvis, quien en 2021 asesinó en Aguadas a María Ángel Molina, de 4 años, y raptó a su hermanita de 18 meses para vengarse de la mamá “porque tenía celos”.
Todo esto lo leí en La Patria. Es decir: no hablo de mujeres de Afganistán sometidas por los talibanes, ni de las que se quitan los velos en Irán, ni de las encarceladas en Catar por quedar embarazadas estando solteras. Hablo de mujeres que habitaban este supuesto remanso de paz y fueron asesinadas dentro o cerca de sus casas, mientras vemos atropellos al otro lado del planeta.
No me gusta decir “este libro es lectura obligada” porque nadie dice: “este helado es de obligatorio consumo”. Los placeres no se imponen, pero hay libros que quisiera distribuir por docenas. Es el caso de «El invencible verano de Liliana», de la mexicana Cristina Rivera Garza, quien con dolor, amor y lucidez narró el feminicidio de su hermana a manos de un exnovio. La mataron en su cama, en 1990, cuando tenía 20 años y estudiaba arquitectura.
Durante tres décadas Cristina Rivera Garza observó, escuchó, leyó, estudió y preguntó. Su duelo consistió en buscar palabras que le permitieran nombrar esa tragedia que ocurrió cuando el feminicidio no era un delito reconocido en México, como no se tipifica aún en Catar, aunque eso no signifique que allá ocurran “cero feminicidios”, según aseguró el comentarista deportivo Cesar Augusto Londoño.
Escribe Rivera Garza: “uno nunca está más inerme que cuando no tiene lenguaje”. Añade: “llamar a las cosas por su nombre requiere, a menudo, de inventar nuevos nombres”. Luego precisa: “Ni Liliana, ni los que la quisimos, tuvimos a nuestra disposición un lenguaje que nos permitiera identificar las señales del peligro. Esa ceguera, que nunca fue voluntaria sino social, ha contribuido al asesinato de cientos de miles de mujeres en México y en el mundo”. Al final concluye: “La libertad no es el problema. El problema son los hombres”.
Llamamos monstruos a los asesinos de mujeres y particularmente de niños, pero Cristina Rivera Garza nos invita a enfocar la mirada en la ceguera social: en el ambiente laxo con las agresiones contra mujeres, que nos impide ver y oír los peligros.
¿Qué hacer para salir de la ceguera social que nos pone en riesgo? Dejar de reducir el éxito de las mujeres a su desempeño sexual. En los audios del exgerente de la Lotería de Manizales, que el escándalo de Líberland no puede opacar porque denuncian corrupción, Arturo Espejo amenaza a un concejal diciéndole que apoyará a otro candidato: “con un pipí más grande que usted o una vagina más exitosa”. (Los lectores me perdonan el lenguaje, pero es lo que hay: no nos gobiernan estadistas).
¿Qué hacer para salir de la ceguera social que nos pone en riesgo? Priorizar las denuncias por delitos sexuales. En el debate sobre Líberland vimos al concejal liberal Víctor Cortés, a quien le aplazaron para 2023 una audiencia en la Fiscalía por delitos de acceso carnal y acto sexual con menor de 14 años.
Leo este jueves en El Tiempo: “Ablación: la brutal práctica que sufren las mujeres indígenas de Risaralda”. Otra noticia: En 2022 la Procuraduría ha registrado 659 alertas de feminicidio en Colombia y cerca de 8.500 exámenes médico-legales por violencia sexual en niñas entre 10 y 14 años.
Faltan palabras para nombrar las violencias contra las mujeres. Urge conversar sobre estos asuntos y garantizar educación sexual temprana para combatir la ceguera social. Necesitamos aprender a oír y a ver.