Hace cuatro años tuve interés por el proceso electoral para decidir el reemplazo de Octavio Cardona. Vi esos comicios como una oportunidad para debilitar al uribismo que gobernaba desde la Presidencia, y en el plano local un chance para sacar de la Alcaldía a los aliados de Mario Castaño, que como en esa época aún no tenía sanción penal era un rostro codiciado para acompañar candidatos liberales en afiches, vallas y tarimas.
Efectivamente Castaño posó con los que hoy, ya elegidos y con ganas de repetir, dicen que sí lo conocieron, pero sólo de lejitos, que jamás oyeron sobre contratos raros y que Las Marionetas fue una red de corrupción que se tejió a sus espaldas. Pedro negó tres veces a Jesús y acá muchos liberales, en eso de negar a Mario Castaño, se creen apóstoles.
Pero volvamos a 2019: las elecciones de ese año fueron la posibilidad de elegir fuerzas alternativas por fuera del bipartidismo liberal y conservador y también por fuera del uribismo. Esa ilusión se vivió en Medellín, Bogotá, Cali, Bucaramanga, Cartagena y otras ciudades capitales. En muchas, excepto en Barranquilla, porque allá siempre gana el candidato de los Char.
No voté por Carlos Mario Marín, por supuesto que ni riesgos, pero sí sentí un fresquito al saber que en Manizales había perdido el candidato liberal. Así como hay candidatos favoritos, también hay otros que me hacen decir: “en todo caso que no vaya a ganar fulano”. El profesor Antanas Mockus repetía con frecuencia que no se debía votar “en contra de” sino “a favor de” pero con estructuras clientelares tan arraigadas como las de acá (cuya existencia confirmó la Fiscalía hace un año) veo el voto como una herramienta legítima para debilitar clanes políticos.
Ganó Carlos Mario y sentí optimismo ante la nueva fuerza política en el poder. Se suponía que el Partido Verde traería una agenda menos reaccionaria y más progresista, sin los vicios de la politiquería tradicional y con nuevos liderazgos que llegarían a oxigenar la administración pública local.
Esa misma ingenuidad se vivió también en Medellín con el triunfo de Daniel Quintero, en Cali con Jorge Iván Ospina, en Bogotá con Claudia López, en Bucaramanga con Juan Carlos Cárdenas, en Cúcuta con Jairo Yáñez, en Cartagena con William Jorge Dau y la lista sigue: ciudades en donde perdieron los partidos tradicionales y ganaron candidatos que no hacían parte del espectro más derechoso de las opciones electorales.
En unas pasó más tiempo que en otras para que la burbuja de optimismo se desinflara. Inexperiencia, exceso de Twitter, gabinetes que parecen un chat de amigos del colegio, decisiones ridículas, ineficiencia, bodegas en redes, discursos sin sustento conceptual, nepotismo, corrupción, paquidermia administrativa, contrataciones amañadas y maltrato laboral derivaron en una sensación que podría resumirse en una frase: no nos gustaba lo que había, pero lo que tenemos hoy no es mejor.
El Partido Verde pasa de agache con esa deuda política. Esa colectividad avaló a los ganadores de varias capitales incluida ésta, mientras que en otras los triunfadores fueron partidos alternativos que, al igual que los verdes, triunfaron con un discurso de cambio o renovación y resultaron un fiasco que hoy se traduce en desconfianza y suspicacia frente a aspirantes que vuelven a ofrecer juventud y distancia frente a los caciques tradicionales. Luego de padecer durante más de tres años estos gobiernos locales pantalleros ya sabemos que, como diría el Defensor del Pueblo, salió mal.
¿Y ahora qué? no sé. Hace cuatro años tuve interés por el proceso electoral porque tenía claro lo que quería: que se debilitaran el uribismo y Mario Castaño. Hoy mi lista de deseos es mucho más compleja: quiero que no ganen los uribistas, ni los herederos de Castaño, ni los aliados de Mauricio Lizcano, cuyo nombre tiene el don de figurar en todos los escándalos del Gobierno Petro, desde las plumas de ganso hasta el acoso sexual y los enredos de su hijo Nicolás, y que tampoco gane el grupo del alcalde de Liberland ni ninguno que venga a prometer cambio y juventud con la misma vacuidad de Carlos Mario.
Debe ser por eso que la enorme lista de aspirantes a las elecciones de octubre lo único que me produce es un largo bostezo.