Leí una entrevista a Enrique Bunbury, el cantante español que hizo parte de “Héroes del silencio”. Me gusta su tono grave y lamenté su retiro luego de una afección en su voz, pero en la entrevista anunció su recuperación y regreso, aunque lo que me atrajo fue el titular: “La vida es lo que ocurre mientras no tenemos el móvil en las manos”. Más adelante explicó: “vas en el metro, en el autobús, en el taxi o estás en la puerta de embarque del avión y dejas de pensar porque estás con el móvil. En estos tiempos va desapareciendo el concepto pensar”.
Pensar se parece a concentrarse, pero también puede ser un acto creativo, primo hermano de divagar, porque muchas veces consiste en conectar ideas y en descubrir relaciones en donde aparentemente no las hay. El titular de Bunbury me llevó a John Lennon, quien se supone que dijo “la vida es lo que te pasa mientras haces otros planes”. Ambas frases encierran un halo de fatalidad que alerta sobre lo rápido que envejecemos y la facilidad con la que nos distraemos de lo significativo: sobre la desconexión entre lo que hacemos y lo que soñamos hacer.
Esta semana el escritor Juan Gabriel Vásquez escribió una columna en la que meditó sobre un trasteo reciente que, como sabemos los que hemos empacado una casa, equivale a un cataclismo. Una mudanza remueve no sólo las cajas sino los pensamientos y Vásquez dejó constancia: “el tiempo es limitado y yo he comprendido que solo puedo gastar el mío con dos tipos de personas: las que me enriquecen y las que me necesitan”.
Algo parecido dijo la tenista pereirana Mariana Mesa en “A vivir que son dos días”. Ella está en un tratamiento de cáncer y explicó que para recuperar su salud física protege su salud mental y por eso se distanció de familiares y personas muy cercanas con una actitud que riñe con la buena energía que necesita. “Los amo, pero mi prioridad soy yo, y aunque dolió mucho es lo más sano para mi paz mental y mi tranquilidad”.
En mi mente se conectaron la reflexión de Bunbury sobre la vida que ocurre lejos del celular, la de Vásquez que invita a gastar el tiempo solo con quienes nos enriquecen o nos necesitan y la de Mariana Mesa de alejarse de las compañías tóxicas, porque los tres apuntan a lo mismo. Pensaba en cómo escribir sobre eso sin que esta columna quedara con un tono de autoayuda al estilo Paulo Coelho (¡líbrame, Señor!), cuando leí en El País un texto sobre Hannah Arendt en el que transcriben un fragmento de una carta que ella le envió a un amigo, en donde advierte sobre el corto tramo que hay entre amar las ideas y el fanatismo: “jamás en mi vida he “amado” a ningún pueblo, a ninguna colectividad; yo “amo” únicamente a mis amigos y la sola clase de amor que conozco y en la que creo es el amor a las personas”. Nada más para agregar.
La periodista Lucy Nieto de Samper, quien hasta noviembre pasado publicó una columna en El Tiempo, cumplió este lunes 100 años. Que ella alcance esa cúspide me conmueve tanto como los 100 años de Maruja Vieira, ambas lúcidas, agudas y pioneras en el periodismo y la escritura en un entorno aún más hostil para las mujeres que el de hoy, como lo contó en varias entrevistas que le hicieron esta semana. Supongo que en el futuro llegar a los 100 años será asunto ordinario, pero hoy es una proeza. Yo misma digo, medio en broma, medio en serio, que me conformo con morir como el poeta Nicanor Parra: de 104 años y con excelente salud. Menos de eso me lleva a pensar en los días que uno tras otro son la vida, como decía Aurelio Arturo, y en que hay días que se escurren entre grupos de Whatsapp en los que no quiero estar, discusiones que prefiero no tener, reuniones que pudieron ser un mail, y jornadas sin tiempo para el libro que quiero escribir. No deberían ser la enfermedad, la tragedia o las situaciones límite las que nos lleven a pensar en estos asuntos, y me ilusiona que esas reflexiones, que siempre han estado presentes en la literatura, también quepan en medios informativos como los que leí y oí esta semana.