Escuela Abraham Montoya en Neira

Foto | LA PATRIA 

En la escuela Abraham Montoya velaron los cuerpos de los campesinos asesinados en Neira.

Autor

Este sábado se cumplirán 66 años de la más grande masacre que ha tenido Neira (Caldas) en su historia, sucedió el 11 de mayo de 1958, un Día de la Madre. Apartes de esa historia se toman de Aquí Neira, narrados por el Alberto Zuluaga Gómez.

66 años después

José Ángel Aristizábal se incorporó del lecho atropelladamente cuando las primeras luces del día se filtraron por las hendiduras de la ventana, ahuyentando las últimas tinieblas de la noche. Mascullando una oración se vistió y abandonó la estancia. Afuera, el verdor de la campiña se extendía en marejadas, por el contorno inhaló una bocanada de aire fresco y encaminó sus pasos a la fonda de su propiedad, situada a la orilla del camino principal.

Una comezón de satisfacción hormigueó su cuerpo vaticinando una excelente venta de licor aquel domingo de las madres. Del recodo dirigió una cálida mirada a la humilde vivienda donde dormitaban su esposa e hijos y prosiguió su camino.

Eduardo Cardona, de 35 años, sintió aquella mañana galopar desbocado por las arterias de su cuerpo nervudo, el brioso corcel de la vida. Enamorado de Pastora Marín, su esposa, a Dios pedía salud para seguirla acompañando.

En puntillas se acercó a la camita donde dormía el pequeño Humberto y sin poder contenerse le estampó un beso en la sonrojada faz del inocente. Enternecido contempló unos segundos a su hijo y luego se marchó para la fonda de su amigo Aristizábal.

Sigue

La casa de Camilo de Jesús Tabares desde tempranas horas despegó una febril actividad. Sus moradores apresuraron los oficios acicateados por las alegres notas musicales que en el ambiente propalaba el festival veredal proconstrucción de la capilla campesina. El convite campestre expandió sus sones cordiales a todos los parajes.

Francisco Loaiza y su hijo, Aníbal Loaiza Dávila, desayunaron en silencio. Los cansados ojos del anciano relampaguearon cuando se percató de que su hijo ya era todo un hombre. Admirado, quiso hablarle, pero un nudo de felicidad ató al mutismo sus palabras buenas.

Al mediodía, herido por los rayos de un sol canicular, el fundo rural, vestido con sus galas mejores, vivía una divertida reunión vecinal donde campeaban la hermandad y la fe. Ningún indicio hacía presagiar la sanguinaria tormenta que aleteaba sobre el apacible pedazo de tierra neirana.

Disfrazados

A las 5:00 de la tarde, hora inmortalizada en un verso garciloquino, concluido el jolgorio, las manos viles de hombres desalmados cortaron las líneas telefónicas, dando comienzo al plan siniestro concebido por mentes inhumanas.

30 hombres al mando del capitán Águila, disfrazados con prendas militares, irrumpieron violentamente, alterando para siempre el sosiego pastoril de la comarca.

Provistos de armas de fuego, machetes y facones, penetraron a los atemorizados hogares, arrancando de los amorosos brazos de madres y esposas a los indefensos campesinos, cobardemente señalados por dos cómplices del lugar.

Acordelados los brazos, ultrajados con sevicia y amedrentados, por la que creían legítima autoridad, los mansos labriegos fueron conducidos a casa de Camilo de Jesús Tabares, ubicada a la vera del camino, límite entre El Laurel y Llanogrande.

Víctor López trataba inútilmente de explicarse la causa de su apresamiento. A los 19 años, su vida no tenía reproche, observó el marchito semblante de Adán Giraldo y la angustia se le hizo nube en los ojos.

Tirado en el suelo, Marcelino Ospina oraba entre sollozos, una mueca de pavor desfiguraba el rostro de don Marco Dávila. Contra la pared, Gabriel Rodas parecía ausente.

Llegada la noche, arropada con su manto luctuoso, los enclaustrados fueron sacados a empellones de la residencia. Uno detrás del otro, distanciados un metro al compás marcial del terrorífico jefe, el grupo inició una marcha fúnebre rumbo a la fonda caminera amenazado por los mortales cañones.

En aquel instante comprendió Libardo de Jesús Tabares que la supuesta fuerza militar era un fraude y se dispuso a la fuga. En sus palabras, silenciosas ahora por la muerte, seguimos sin creer lo que nos esperaba, pues hasta ese momento estábamos convencidos de que en verdad se trataba de la autoridad legítima.

Íbamos prisioneros 14 hombres, conservando una distancia de más de un metro con vigilante cada uno. Al llegar a una casa allí consiguieron una pita para amarrarme, pues era el único que iba suelto En ese instante desconfié de los uniformados y pensé para mí: "esto es cuestión de vida o muerte; mejor me vuelo".

Acciones

Cuando pensaba lo anterior oí que uno de los jefes de la banda, un tipo a quien llamaban mi teniente, pero que tenía insignias de cabo primero, delgado, blanco, de regular estatura y de fina dentadura, le decía a uno de los soldados vas muy mal disfrazado y nos vas a hacer meter la pata.

Pero Dios es muy grande y a pesar de todo logré escapar, cuando me iban a amarrar hice un esfuerzo y tumbé a uno de los soldados, quien con fusil y todo se fue al suelo.

Me defendí como un león. Uno de los bandoleros me tiró un peinillazo que dio contra la correa del carriel que portaba y en donde guardaba la cédula, una libreta de ahorros, un reloj y 300 pesos en efectivo.

Como pude me tiré por debajo de un alambrado que da a un potrero. Cogí un palo y me defendí de los golpes del machete que varios bandoleros me asestaban y largo emprendí veloz carrera, manga a bajo, pero en zigzag para evitar que las descargas de fusil y de revólver que me hacían hicieran impacto en mi cuerpo.

Ya libre de la persecución de los bandoleros llegué a un corte de caña en donde permanecí escondido por largo rato, pues deseaba obtener un merecido descanso.

Aprovechando la confusión creada por el heroico coterráneo, lograron escapar unos pocos. Luis Antonio Herrera, Fabio y Arturo Dávila salvaron sus vidas milagrosamente.

Sin embargo, 11 inermes agricultores sucumbieron "dejando un rastro de sangre, ocho de los infortunados, impresionantemente destrozados a bala y, machete, fueron sometidos al infame corte de franela o decapitación total, y uno lucía la cara despedazada por el impacto de un fusil".

La velación

En la escuela Abraham Montoya la ciudadanía neirana, indignada y sobrecogida de estupor, veló las carnaduras mortales de los siguientes conciudadanos atrozmente masacrados: José Ángel Aristizábal, Gilberto Avelarde, Eduardo Cardona, José Dávila, Marco Dávila, Adán Giraldo, Aníbal Loaiza Dávila, Víctor López, Marcelino Ospina, Gabriel Rodas e Israel Rodas.

Temas Destacados (etiquetas)