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Si hace unas semanas fueron estremecedores los testimonios de militares retirados acerca de la manera como se planeaban y ejecutaban los asesinatos de jóvenes inocentes para hacerlos pasar por guerrilleros, en el triste episodio de nuestra historia conocido como los “falsos positivos”, las revelaciones de los miembros del llamado Secretariado de las extintas Farc acerca de los secuestros y asesinatos de civiles y militares, entre otros crímenes,  retratan claramente los horrores a los que se puede llegar en un conflicto en el que los abusos y las violaciones se convierten en una tragedia permanente.
Escuchar la manera en que buscaban a sus víctimas, cómo se ensañaban contra las familias de los secuestrados, algunos de ellos ya asesinados en cautiverio, para cumplir cuotas de presupuesto para financiar su espiral de violencia, evidencian una degradación total de la condición humana, una capacidad de hacer el mal, de humillar y de solazarse por el dolor ajeno, sin el más mínimo escrúpulo en su momento.
Los impactantes relatos de los victimarios ante la Justicia Especial para la Paz (JEP) esta semana conmueven el alma y hacen reflexionar acerca de las naturales dificultades de las víctimas y de sus familiares para perdonar a quienes les causaron tanto daño, realmente irreparable. Ahora bien, también nos permite pensar que es solo gracias a que se firmó un acuerdo de paz con las Farc que ahora estamos conociendo esos horrores y que la cruda verdad, aunque dolorosa, es la única herramienta que nos permitirá pasar la hoja de la violencia en Colombia.
El presidente de la JEP, Eduardo Cifuentes, ha señalado este momento como trascendental, tomando en cuenta que los líderes de esa exguerrilla están aceptando las imputaciones que sobre estos crímenes formuló esa instancia de justicia especial, y aunque debe reconocerse el gesto de poner la cara y aceptar responsabilidades, siempre hay que ponerse en los zapatos de las víctimas que tanto han sufrido y exigir que además de aportar a la verdad que tanto necesita el país, haya realmente un arrepentimiento y una reparación efectiva que compense en parte tanto dolor.
Son tantos los horrores que se han conocido de los vericuetos de la guerra y es tan necesario que no olvidemos toda esa tragedia, que es necesario entender que las víctimas necesitan vivir su catarsis y buscar la tranquilidad interior tan difícil de conquistar. No podemos olvidar que la JEP en este punto específico acoge casos de 3.111 víctimas por delitos de lesa humanidad y crímenes de guerra por los que también deben recibir un castigo, el cual no es necesariamente con privación de la libertad, pero sí debe representar una sanción que les dé lecciones a ellos y a la sociedad.

El país necesita que los exmiembros de esa guerrilla, sobre todo quienes dieron las órdenes, aporten todo lo que puedan en materia de verdad y que estén dispuestos a resistir las justas recriminaciones de las víctimas, sin tratar de justificar ninguno de sus crímenes, porque tal actitud hace todavía más lejana la posibilidad de recibir un perdón franco de quienes han sufrido y siguen sufriendo por los crímenes de los que fueron víctimas.