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Hay una línea muy tenue entre el derecho a expresarse libremente y la posibilidad de caer en el irrespeto a otros. Por eso es que la libertad no es, simplemente, hacer todo lo que uno quiera sino actuar de manera libre pero responsable, buscando no ofender a otros y menos aún yéndose hacia el lenguaje del insulto, el cual no es necesariamente verbal. Hay diversas expresiones no verbales que pueden ser consideradas insultantes.
En la vida social en una democracia también hay que entender que cada ciudadano tiene derecho a ocupar un espacio en lo público y a ser respetado en medio de la diferencia. Eso es algo que, infortunadamente, muchas personas no entienden y que debería ser objeto de permanentes conversaciones para ser cada vez más conscientes de la necesidad de respetar a los demás, así no compartamos sus opiniones.
Cuando se dan casos como el de los jóvenes del colectivo Pinta Resiste, que se atrevieron a poner sus brochas sobre el pedestal del Bolívar Cóndor, de la plaza principal de Manizales, este tipo de reflexiones son necesarias, ya que es fácil decir que lo público, al ser de todos, puede ser usado por cualquiera sin ningún límite. Esa es una visión claramente equivocada, porque con mi libertad puedo estar agrediendo a otras personas que tienen derechos equivalentes a los que considero propios e inalienables.
Lo que debemos entender como ciudadanos, si realmente tenemos el propósito de construir una mejor sociedad y lograr un país más digno, es que lo primero tiene que ser el respeto, y que si mis expresiones agreden a otros puedo estar actuando con cierto ímpetu autoritario que es contrario a las auténticas expresiones democráticas.
Es simple: bienes públicos como el Bolívar Cóndor, con su pedestal, deberían ser intocables, por el hecho de ser una propiedad común que todos tenemos la obligación de proteger. Es lo mismo que debería pasar con cada objeto en el que se hayan invertido recursos aportados por los ciudadanos, los cuales, sin duda, tienen que ser apreciados como “sagrados”.  
¿Cómo resolver, entonces, la innegable necesidad de garantizar la libertad de expresión? Cada derecho implica un deber, y la única manera de hallar la proporción correcta en cada caso es establecer reglas claras, que sean producto de acuerdos, y que impliquen el compromiso común de respetarlas.  
Desde la Administración Municipal, por ejemplo, deberían establecerse los lugares de la ciudad en los que los jóvenes puedan ejecutar sus talentos artísticos y plasmar los mensajes que pretendan enviar a la sociedad, e inclusive rotar su uso, de tal manera que quienes no estén de acuerdo también puedan expresar sus inquietudes. 

A los jóvenes de estos colectivos, como a cualquier otro manizaleño, hay que garantizarles ese derecho, pero quien sea que desee expresarse tiene que actuar responsablemente, sin tratar de callar al otro, sin dañar los bienes públicos y evitando caer en el irrespeto y el insulto. Así, sin duda, podremos ser una mejor sociedad, en la que haya convivencia pacífica, y en la que los odios sean superados.