Ejerce el toro una fuerte atracción sobre nosotros los manizaleños porque es el animal, excepto unos elementales pájaros que posan en diferentes glorietas, que más monumentos tiene en Manizales: el toro de lidia en la Avenida Centenario, y el manso y fornido buey en el Monumento de los Colonizadores. Y si escrudiñamos con atención este conglomerado de cemento y asfalto nos damos cuenta que ambas esculturas están ubicadas al borde de la ciudad. ¿Quiere decir esto que vemos los extremos que simboliza este animal y que nos debatimos en qué “lugar” los queremos colocar finalmente?
Lo que sí sabemos y lo dijo claramente Julián Gutiérrez en el coloquio sobre el futuro de la Feria: El toro bravo es el corazón de la Feria de Manizales y yo agrego que, al prohibir este corazón, el cuerpo de la Feria, colapsará.
En la discusión acerca de la abolición de las corridas de toros, a Manizales le va a corresponder pagar los trastos rotos porque, a pesar de que no existan cifras concretas, alrededor de la fiesta brava hay una economía que crea empleos y sustenta riqueza; tema que los opositores a la tauromaquia no quieren asumir, ya que se trata de ganar un choque ideológico desconociendo las implicaciones de una ley de esa índole.
A mí no me cabe duda que el tema de los toros es más complejo aún. Si se me piden explicaciones de dónde surge la tauromaquia y qué pretende, diría: El hombre, así lo señala Leo Frobenius, el antropólogo alemán que realizó sus investigaciones en el África, cuando hace 80.000 años dio otro paso para comprender el mundo, lo hizo a través del asombro que se convirtió en juego que recrea los hechos, pero a una escala muy diferente dando pie, entre otros, a las pinturas rupestres, para finalmente establecer un mito del cual se participa por medio de un ritual.
¿En ese mundo prehistórico de la península ibérica, qué significaba el toro? Era la fiera más grande y peligrosa, ya que los osos eran menudos y los lobos no competían con este bovino en tamaño, así que volverlo deidad era cuestión de tiempo. Vencer, matar y derramar la sangre del toro que de ninguna otra forma se podía venerar, era un rito ofrecido a la supervivencia del hombre. Esta religión se fue trasformando durante milenios hasta ser la fiesta brava la recreación de la lucha del hombre contra una amenaza a su vida. Sobrevive ese vestigio porque pone en la arena un drama de la humanidad y el español que sabe ver el mundo también desde el ángulo mítico, ve en esto, la vida.
Llama la atención que los lectores de Tolkien, autor que desarrolla un mundo mítico en su obra emplazada en regiones hiperbóreas, son los más intensos opositores al toro solazándose con señores y anillos, rechazando un mito verdadero que se coló por miles de años, venciendo ideologías, hasta llegar al siglo XXI.
¿El problema de los toros radica entonces en que sí es válido ese maltrato? Al mundo judío-cristiano se le entregó el planeta tierra para su usufructo, ideología que choca con las religiones orientales en boga de las cuales Occidente está sufriendo una interesante influencia, las cuales destacan la vida y los sentimientos del animal. ¿Pesan más ideas foráneas que la forma ancestral como lidiamos con la vida?
Para un alemán o noruego esta discusión no tiene sentido, porque para ellos se debe iniciar una época de protección del planeta que, por supuesto incluye a los animales, dicen ellos porque el hombre viene abusando de la naturaleza y es llamativo: la carne más barata, ya sea de cerdo, bovina o de pollo, se consigue precisamente en esos países, debido a la “industrialización” de la cría animal donde éste sufre una tortura prolongada que culmina en su rápida muerte.
Y en nuestra comarca, como reflejo de lo que sucede en el mundo, el toro adquiere estatus de mascota a la cual hay que defender del picador. O como lo dijo el profesor Carlos Victoria de la UTP: hay que vencer el mundo feudal interpretando políticamente este fenómeno. Se me hace entonces que, con la prohibición, el toro perderá su estatus de fiera y lo que estarían defendiendo finalmente los animalistas, no es el toro, sino al hombre que ya no tiene que enfrentarse a la vida asombrado ante el toro que lo amenaza, ejecutando un juego donde hay muerte, venciendo miedos, así como lo simboliza la tauromaquia.
Es curioso que las plazas de toros que recrean el circo romano todas fueron construidas en el siglo XIX y XX y tienen un estilo mudéjar, la nuestra, por ejemplo, o sea que juegan con elementos arquitectónicos sarracenos creando una simpática confusión porque ni Roma o Mahoma, lidiaron toros como tal. El toro es un fenómeno hispanoamericano; muy nuestro.