Henri Houwen era un sacerdote de Países Bajos que murió en 1996, pero dejó una huella de espiritualidad, pasando por la enseñanza universitaria, la vida de monasterio y terminando entre los pobres de la comunidad de servicio para discapacitados severos fundada por Jean Vanier.
En alguna ocasión quiso visitar a Sur América y se radicó en el Perú. Hábil escritor, describe en una página su impresión al ver a compañeros y turistas europeos y americanos por los sitios peruanos. Su conclusión me parece de actualidad por su impacto personal y social.
“Me llamó la atención -anota- la falta de gozo de muchos visitantes Aunque no les faltaba alimento, ropa, vivienda o atenciones médicas, y teniendo un nivel educativo superior se les veía serios, agobiados. Sus palabras eran graves, sombrías, nacidas de una pesimista visión de la vida, casi nadie se sentía en un hogar, sus relaciones eran tensas. De distintas formas se habían condenado al ostracismo, extraños a su pasado, a supresente y a su futuro. No tenían hogar de procedencia, ni tampoco otro al cual dirigirse; ningún movimiento de un lado al otro que para ellos tuviera sentido ni verdadero gozo”.
Esta anotación de aquel lúcido hombre me lleva a preocuparme por el ambiente pesado y mutilante que hoy vivimos. Hablar de la familia como institución caduca, destructora de libertades es quitar la raíz familiar, la sede primaria del amor, los primeros pasos de incursión en la existencia con su sello fascinante y casi siempre lleno de gratos recuerdos.
Rebajar el valor de la vida hasta mirar su supresión como salida es abrir una inmensa puerta al aborto y a la eutanasia que empañan la emoción del nacer y el morir como acontecimientos llenos de valor y sentido.
Decir que todo lo pasado ha sido opresión, que lo realizado hasta hoy en los campos de familia, educación, salud, comunicación y cubrimiento de servicios esenciales ha sido  nulo, es tapar los ojos a cantidad de iniciativas que si bien a veces no han sido positivas por la miopía directiva o la corrupción absorvente, han sido pasos que deben rectificarse y hacer avanzar con medidas realistas.
El Papa Francisco insiste en que no debemos dejarnos robar la esperanza y la alegría en el vivir, lo que equivale a decir que no nos dejemos mutilar valores que valientes debemos conservar. Pasado, presente y futuro forman un puente que juntos debemos unidos cruzar.