“¡Aserrín! ¡aserrán!, los maderos de San Juan” es un canto jocoso de antiquísima procedencia que millares de infantes cantamos en aulas de clase y en paseos de grupo. Jesús de Nazareth no lo cantó, pero con la venia de ustedes veo una seguidilla en su vida relacionada con los maderos. De madera fue su cuna, olorosa a hierbas que comía allí el ganado del entorno de Belén; bien limpiada por María y José sirvió para los primeros sollozos del precioso Niño de Belén, cumplidor de las profecías y primeros sonidos de sus luminosas palabras danzantes de eternidad y salvación.
En su casita de Nazaret pronto se puso juguetón con el primer juguete en madera que le pulió el buen y santo obrero José , carpintero y trabajador ante las sonrisas y cantos de la bendita entre todas las mujeres y seres de la creación, enseñada a oir saludos del ángel. Ya adolescente la madera empezó a rasgar sus manitas, pues como ayudante de José fue lucido y en el pueblo se le llegó a llamar carpintero y obrero como su padre José. Ni los maderos de San Juan tuvieron tanto homenaje como aquellos que manejó en artesanía galilea el joven Jesús.
El monte de los Olivos le tuvo de visitante aquella noche de Jueves Santo y sus maderos que chorreaban aceites le vieron sollozar repitiendo el “sí, Padre, que se haga tu voluntad” presintiendo los pasos del traidor y su turba, con palos y cadenas, besos sucios, empujones y espadas; los maderos de los olivos vieron revolverse su aceite con la sangre inocente del más bello cordero. El viernes queda en la historia como el día del oficio de un madero que dobló los hombros del Divino Maestro, que hizo brotar en su frente sudor de esfuerzo mezclado en dolor con la sangre de la corona de espinas, que hizo temblar las rodillas del carpintero valiente y le aplastó hasta el suelo y mezcló sudor, sangre, saliva y piedra en horrorosa barbarie.
Luego se le vió levantado en madero, cruz que selló la certeza del amor divino , firma de la verdad del buen pastor que da la vida por sus ovejas para que nunca duden del amor que salva. La cruz quedó madero santo, que aunque pretendan borrarlo es semilla que estalla en la luz sempiterna de un sol que iluminó y calentó el mundo, Jesús Salvador. Y desde aquel madero Jesús abrió las puertas de la morada eterna: paso a una vida nueva: “hoy estarás conmigo en el Paraíso”. Buena madera, buena morada.