La historia de la humanidad desde el descubrimiento de sacar luz, no sólo de recibirla como la del sol o el rugiente volcán, llegó a un adelanto en su caminar de progreso.  Alumbrar llegó a ser una manera de vencer la oscuridad y de manifestar esperanza, fiesta y posibilidad de avanzar.
Casi todas las religiones tienen ritos de la luz, como símbolos de resurgimiento, oración, esperanza avanzada en el peregrinaje; la Biblia está acompañada de pasos de luz tanto para el pueblo en general, como la columna de fuego y luz que guiaba al pueblo en el éxodo, como luz cautivadora para Pablo en el camino de Damasco.
El año 431, cuando el Concilio de Efeso expresó el dogma de la maternidad divina de María dice la historia que en la noche la población celebró con una gran procesión de luces de antorchas, de canto y fiesta. Pronto se unió a esta fiesta la celebración de María de Nazareth como la Inmaculada, es decir corno limpio y santo cuerpo para ser elegida Madre de Dios.
Eco de ello fue el decreto real traído desde Europa a Popayán y firmado por el papa Inocencio III con fecha de 1760 y que dice “la Inmaculada es la Patrona de las Españas; por lo tanto se debe iluminar la ciudad”, desde aquella época entró en América el uso del alumbrado los días 7 y 8 de diciembre.
Con este alumbrado se expresa el gozo por la luz que llega de lo alto, por el don de presencia que se anuncia en Adviento y Navidad, por la certeza de estar acompañados con la luz para el camino de la vida, es reconocer que la raza humana llevada al altísimo rango de santidad y elección en María la Inmaculada es invitación al gozo, la esperanza, la opción por una mayor limpieza de existencia.
Lo que hoy vemos en la iluminación de ciudades y veredas, de montañas y valles y aún en acontecimientos como un mundial de fútbol o una celebración para resaltar, es invitación a la unidad en la fe, la esperanza y el amor que nos une como pueblo en marcha constante y que desde la luz prende el anhelo de seguir unidos, de sentirnos amados, escogidos e iluminados.
Una vela, una plegaria, una opción por la fraternidad, por el seguimiento de la verdad, es camino saludable, cercanía de Navidad, asomo de gozo y fuerza para continuar.