“Nací a temprana edad”, en Montebello, Antioquia, un pueblo del suroeste fundado en 1876 y convertido en municipio en 1913. Solo necesita 83 kilómetros cuadrados y 2.350 metros sobre el nivel del mar para que vivan menos de 8 mil habitantes. Está a 51,29 kilómetros y 50 minutos de Medellín. También se llega por El Retiro. El Concejo Municipal nos gastó moción de exaltación a Jairo Alonso López, fotógrafo de instantes, y fundador de periódicos regionales, y a mí. Las siguientes palabras las leí el sábado 24 en la sede del Concejo que preside mi paisana y parienta Johanna Andrea Giraldo:
Gracias mil al Concejo de Montebello por aprobar, a instancias de Mauricio López, este reconocimiento a Jairo Alonso López y a mí por los premios que recibimos hace poco del Círculo de Periodistas, de Bogotá, y del Club de la Prensa, de Medellín.
Por estos días de febrero, hace 82 años, mis padres, Luis y Genoveva, ambos de negro, madrugaron a las heladas cinco de la mañana a hacerse leer la epístola de San Pablo en la bella iglesia construida por el arquitecto belga Agustín Goovaerts. Otras ocho parejas se casaron con ellos. El par de tortolitos se conocieron en el camino entre la vereda El Bosque, donde vivía mi madre, y Montebello.
Luis abordó a la frágil y bella dulcinea y le hizo la pregunta que les cambió sus vidas: ¿Para dónde va, señorita? Ella le respondió que a recibir clases de corte y confección. “Aprenda a coser para que me haga los pantalones”, le sugirió mi taita. Cupido se encargó del resto. El fugaz encuentro se convirtió en noviazgo y en nueve hijos.
Es una feliz coincidencia que este acto, que tiene tanto de parábola del retorno para nosotros, se realice en el Concejo del cual mi abuelo Lubín Giraldo López fue presidente una docena de veces por el liberal partido. Entre semana, papá Lubín le arrancaba frutos a la tierra en su finca de El Encenillo. Los fines de semana se dedicaba a criar hijos para el cielo con su esposa Ana Rosa, de La Ceja. Mis tías dicen que papá Lubín jamás le vió los tobillos a mi abuela que vivió 101 años. Los niños se amasaban en el silencio de la oscuridad. Entre mamá Rosa y papá Lubín se las apañaron para tener 18 hijos y seis “novedades”, como se les decía a los embarazos que no pelechaban. Cuando no estaba levantando pa’ la yuca ni haciendo hijos, mi abuelo Lubín hacía política. Debido a la confrontación partidista de entonces, nuestra familia tuvo que emigrar a Medellín.
Nuestros ancestros nos regalaron el pescado y nos enseñaron a pescar. Con la herencia de trabajo y honradez que recibimos de ellos nos hemos ganado la vida. En mi caso a través del periodismo, que me ha deparado la mejor riqueza: esa en la que nunca ha faltado nada. Ese legado de los mayores nos tiene aquí celebrando unos premios que son de todos nuestros paisanos. Muy agradecidos.