Ya que García Márquez estuvo de mucho cumpleaños el 6 de marzo que ya pasó y que circula su último libro “En agosto nos vemos”, tocó recordar de nuevo mi encuentro hace años con el Nobel en las Europas. Lo malo de encontrarse uno con figuras como Gabito, como le dice su entorno, es que ellas no se encuentran con uno.
Lo había visto por primera vez en Washington en la firma de los tratados Torrijos Carter, que le devolvieron el canal a Panamá. Gabo asistió como invitado especial del general. En Madrid, donde lo vi por segunda vez en esta encarnación, descubrí que tenía algo en común con el Nobel: el fabulista tenía los ojos en la trastienda, fruto del jet lag y de un prolongado viaje desde México. Yo también los tenía empiyamados después de volar Bogotá-Madrid, en gallinero, arriando first class en un avión lechero de Avianca que finalmente descargó su mercancía humana en París y Estocolmo.
Nos “volvimos” a encontrar en Estocolmo. Mientras firmaba autógrafos le tomé fotos con una cámara del paleolítico, que después de esa faena se negó a retratar más. En la gráfica aparece don Gabriel con el maestro Escalona y con dos paisas montaraces: Nacho Martínez, de Santa Rosa de Osos, quien terminó haciendo de intérprete del Nobel y bailando con La Gaba, su esposa, y el coronel ® Nolasco Espinal, de San Pedro, acusado de ser espía de la CIA. Nacho quería hacer relaciones públicas entre los rostros de madera de la Academia para que le otorgaran el segundo Nobel para Colombia con un libro sobre monseñor Miguel Ángel Builes... que nunca escribió. El fallecido coronel Nolasco todo lo que quería era posar al lado de Gabo y no morir después. Defendí al coronel del cargo de espía, pues compartimos habitación en el Amaranteen Hotel. Lo único insólito que le vi era que todas las noches dejaba lista su maleta por si estallaba la tercera guerra mundial y salir corriendo sin tropiezos.
Nobel aparte, lo que más impresionó de la entrega del premio fue la nieve, el metro y unas bailarinas de estriptís del cabaret Le chat noir, tan bellas e inverosímiles que sería inelegante pedirles un beso, o un desdén. Más obsceno habría sido pedirles “aquellito”. Los de Macondo regresamos sin bajar bandera, sexualmente hablando. Las deshinibidas suecas nos ignoraron. No se nos tiraron en plancha. Yo estaba preparado para una violación. Regresamos a casa sin internacionalizar la libido.
También conocí en Estocolmo el frío reencarnado en copitos de algodón. Le dicen nieve. Valió la pena vivir solo por conocerla. “Hola, nieve, fulano de tal, un amigo más”, me le presenté, a la usanza antigua. Pero cuando conocí el metro me olvidé por completo de García Márquez. Bueno, no del todo porque tenía que justificar los viáticos.