The Economist, importante revista inglesa, le dio la portada a la crisis que hay entre los jóvenes chinos. Señala que están desilusionados. Están decepcionados, una de las mejores opciones para los mejores es sencillamente migrar. Esto lo he sentido en estos últimos meses que he compartido con varios de ellos en un instituto de inglés en San Francisco. Lo primero que me comparten, cuando entran en confianza, es que esperan no volver a China, que desean poder permanecer en los Estados Unidos. Pero también aquí en la tierra del Tío Sam, hay una gran incertidumbre entre los jóvenes sobre su futuro, una estadística lo resume contundentemente: Cerca de la mitad de los jóvenes entre 18 y 34 años señalan que no tienen confianza en su futuro. Recordemos que, en el caso de los jóvenes colombianos, en medio del estallido social del 2021, salieron a relucir los datos que los “ninis”, los jóvenes que ni trabajan ni estudian, estaban entre el 25% para hombres, uno de cada cuatro, y 32% para las mujeres, una de cada tres.
De otra parte, las generaciones de X, Milenians (nacidos entre 1981-1996) y la Z (Nacidos entre 1997 al 2012) están dando síntomas muy preocupantes de depresión, falta de esperanza e ilusión. Esta situación está generando no una explosión generalizada, como la vivimos en Colombia, sino una verdadera erosión, que difícilmente se podrá corregir. Erosión que genera un deterioro muy grande de los niveles de felicidad y realización entre la población.  
¿Qué está pasando en China? Las condiciones para los jóvenes se han hecho muy difíciles, no solo por la tradicional censura y control a las libertades individuales de un Estado policía, sino que, sumado a ello, conseguir una casa para una pareja joven se ha hecho imposible, pues los precios han crecido desde el 2000 de manera sostenida y explosiva, en Shanghai, por ejemplo, los precios de las casas han crecido más del 1.200%, en Pekín el 600%. Imposible hacerse de una casa en estas ciudades. Por otra parte, las limitaciones que ha mostrado la economía China en los últimos años han comenzado a pasar la factura: el desempleo urbano de los jóvenes ha crecido, está por encima del 20%, cuando en junio del 2018 estaba en menos del 10%, se ha doblado la desocupación de los jóvenes. Además, muchos de los estudiantes luego de fuertes y exigentes estudios se están enfrentando a que las empresas les ofrecen trabajos para los que no tienen las competencias y muchos de ellos en fábricas con bajas remuneraciones. Por todo lo anterior, muchos de los jóvenes no quieren tener hijos y ello sí que se ha visto en la caída demográfica de China donde la población joven es menor cada día relativamente con respecto a las otras generaciones.
Este campanazo nos debe hacer pensar muy seriamente cuál es nuestra política pública sobre la juventud. Los sociólogos y politólogos afirman que se les debe dar más participación. En el caso colombiano, más que tomar decisiones como la de subsidiar a los pandilleros, es dar posibilidades de estudio e integración social, económica y democrática al sistema. De lo contrario, la erosión que estamos viviendo generará un verdadero derrumbe en las sociedades. Esta es lamentablemente una verdadera enfermedad mundial.