El populismo en América Latina es endémico. Se sufre en todas las latitudes de nuestro continente que parece no encontrar cura para esta terrible enfermedad. Éste ha dado origen a las dictaduras en Venezuela y Nicaragua, a los interminables ciclos de pésimos gobiernos en la Argentina, a la incertidumbre política que se experimenta de manera cíclica en Perú, a los levantamientos constantes en Ecuador, al manejo autocrático del Salvador y, ahora, a la eterna incertidumbre que vive Colombia. Parodiando a Juan de Dios Peza, nuestros gobernantes “hacen reír como el actor suicida, / sin encontrar para su mal remedio”.
Nuestro suelo continental es pródigo en figuras mesiánicas, que prometen la fórmula perfecta para el cambio que anhela su población. Y abundan con todas las banderas: Dictadores de derecha, reyezuelos de izquierda, militares controladores o civiles consumados. Parece no existir una línea ideológica clara que permita su surgimiento, pues tan solo se requiere una habilidad inusitada para prometer lo posible, lo imposible y lo impensable. Lo demás es persistir.
Quienes desean imitar a dictadores populistas como Chávez, Maduro u Ortega, que han saqueado su pueblo y tornado en miseria los sueños de varias generaciones, deben seguir sin escrúpulo el siguiente manual.
1. Descontento social: No existe gobierno perfecto y ello debe capitalizarse. Estos mal llamados líderes regionales usan su carisma para incrementar el descontento social, profundizando la sensación que el statu quo es cercano a la debacle y que urge el cambio, aunque ello signifique un salto al vacío. A medida que crece la sensación de orfandad en las comunidades, el líder populista señala a un grupo de organizaciones, empresas o personas que se convierten en los responsables universales de todos los males que aquejan el país: El Fondo Monetario Internacional, el “imperio Yankee”, los “oligarcas”, los “ricos”, los “enemigos internos”. Siempre existirá un tercero a quien responsabilizar.
2. Soluciones fáciles: Estos personajes son portadores de una verdad infinita que pregonan sin pudor. Poseen respuestas para todo y resaltan con frecuencia que, aunque obvias, la clase dirigente no las ha adoptado por una criminal complacencia para mantener el hambre en la población. Sobra decir que tales fórmulas mágicas no existen en ninguna parte del orbe.
3. Discurso dicotómico entre pueblo y anti-pueblo: Para mantener vigencia en sus argumentos, encienden un discurso de odio en el cual segregan la población entre sus partidarios, a quienes llaman lacónicamente “el pueblo” y sus opositores que serán los eternos enemigos del pueblo. Con ello, sus argumentos dejan de ser posiciones personales para convertirse en postulados nacionales que son defendidos a muerte. En la misma línea sus contradictores se convierten en enemigos de la patria.
4. Gasto sin freno: Una vez en el poder, gastar debe ser la premisa. Imprimir billetes, adquirir deuda, subir impuestos a los “ricos”, vender entidades públicas, o lo que fuere menester, pero gastar siempre. Los subsidios son la mejor opción para crear una base de áulicos obsecuentes que le perdonen cualquier yerro. Si falla, si roba, si se equivoca, si se perpetúa en el poder, aún si fuere el peor gobernante sobre la tierra, poco importa. Mientras el subsidio fluya, todo se le permite. Nuestros compatriotas venezolanos han sufrido durante décadas esta política.
5. Cope todas las instituciones: Producto de la popularidad que le da el gasto desorbitado, el populista copa todas las entidades del poder público. La rama legislativa es su Cabo de Cañaveral, hasta lograr líderes militares afines en la cúpula y la anhelada organización electoral.
6. De líder populista a dictador: Una vez que se hace con el control del sistema electoral y de las armas la dictadura está asegurada. Ya nada, ni nadie podrá alejarlo del poder. La Constitución no le impondrá límites y la ley no le será estorbo. Todo el sistema jurídico, político y social le servirá de manera permanente hasta que su ausencia sea inevitable. Pero el populista no debe inquietarse, en el poder lo podrán seguir su esposa como en Argentina, su amigo como en Venezuela, y si tiene suerte, sus hijos, que aprendieron las sabias lecciones de su padre.