Algunos payasos, que se hacen llamar “padres de la Patria” saltaron de sus cunas soñando con la vida de traquetos. Camionetas blindadas que se abrían camino entre mulas de humildes labriegos que habían elegido la vida honesta, escoltas que amedrentaban a pequeños comerciantes para evitar que el pelafustán se hiciera en la fila de las personas del común, mujeres hermosas que les hacían compañía en cenas de compadres y noches de bohemia. Pequeños hombrecillos con mentes aún más chicas que encuentran en estos malabares el único camino para disimular su insignificancia.
No son pocos los personajes de esta lista. La política nacional se adorna con estos bufones que se creen sustanciales por la cantidad de recursos de usan del erario sin considerar su verdadera necesidad. Vehículos, vigilancia, combustible, cenas, viáticos, aviones privados y cuanta extravagancia se les ocurre, hacen parte de su menú. Exprimen las arcas como si no hubiera un mañana, mientras hacen declaraciones sobre el estado crítico de las finanzas de la nación.
Mañosos profesionales que comen pollo cuando obligan a la ciudadanía a engullirse su propio excremento. Nuestros congresistas han sido renuentes en abandonar este ignominioso podio. De acuerdo con el documento CD-SEN-1717-2022, suscrito entre el Senado y la Unidad Nacional de Protección, a
cada legislador se le garantizan, como mínimo, dos camionetas blindadas para su uso y protección, las cuales son alquiladas por la UNP por la pírrica suma de entre 13 millones y 22 millones mensuales, un escolta contratado por cerca de 8 millones, un chaleco blindado de 2 millones y una agencia de
viajes con disponibilidad 24/7 para atender sus “emergencias eventuales”. Privilegios comprensibles para mendicantes servidores públicos que deben hacer magia con un “miserable” salario de escasos 38 millones. Lo cierto es que son pocos los parlamentarios que efectivamente requieren estos niveles de seguridad, pero nunca será la mayoría que goza las mieles de un estándar que glorifica la cultura mafiosa.
Nuestros honorables legisladores no son los únicos. Algunos dignatarios del sector ejecutivo le acompañan en la bacanal del derroche. Ministros con avión privado a su absoluta disposición; viceministros que viajan con séquito de aduladores para reafirmar una debilitada autoestima; directores de órganos de control que alquilan y acondicionan edificios completos para las entidades que en mala hora dirigen, desocupando sedes propias que ya no son de su agrado;
gobernadores que se creen los propietarios de feudos departamentales y que suponen que sus conciudadanos solo viven para hacerles venias a su paso; alcaldes ladinos que derrochan sin cesar.
En este Macondo, la lista parece interminable. Pero nuestros infortunios no terminan con las malas administraciones. Algunos políticos marrulleros sueñan con perpetuarse en los beneficios que el poder les dio. De otra manera no podría explicarse la razón por la cual el anterior Gobierno expidió el Decreto 1064 de 2022 que les otorgó un fuerte esquema de seguridad por cuatro años prorrogables sin estudio previo, a quienes hubiesen integrado el Consejo Nacional de Seguridad, a los intervinientes en procesos de extradición y a líderes religiosos.
Resulta desconcertante la razón por la cual se asignó a los clérigos de diferentes denominaciones, medidas de protección por un cuatrienio prorrogable, que equipara su nivel de riesgo a quienes han combatido la criminalidad de manera frontal mediante la extradición como herramienta de cooperación judicial. Con esta medida el mayor beneficiado fue, irónicamente, un funcionario de aquel Gobierno, que casualmente dirige una de las iglesias más grandes de Colombia. Demasiada coincidencia.
Colombia se ha saturado de este tipo de tretas. Construir esquemas jurídicos para otorgar beneficios a avispados exfuncionarios, desconociendo las necesidades reales de quienes sí deben batirse ante la muerte cada mañana, es un acto legalmente cuestionable y éticamente reprochable.
Con tristeza observamos que el pregonado cambio aún no asoma su lánguida figura por este tipo de maniobras. Mantenerlas es una forma de aceitar la maquinaria y dosificar la mermelada, porque, aunque suene pesaroso, la cultura traqueta se resiste en desaparecer.