Cuando se miran los asuntos que atañen al país que se ama, sin intereses personales: burocráticos, políticos o económicos, con los ojos puestos en el bienestar general, deben recibirse con esperanza los virajes de rumbo que den los gobernantes, para corregir sus errores, superando posiciones arrogantes, mesiánicas o autocráticas. El ideal es que tales cambios no sean simples maquillajes a la imagen de funcionarios afectados por estadísticas negativas, sino sincera aceptación de que las cosas van mal por procedimientos erróneos, producidos por la improvisación, las malas asesorías, la falta de planeación o la ambición de abarcar demasiados asuntos al tiempo, cuando a quienes deben realizarlos les “hacen más los ojos que la barriga”.

Los cambios que nuevos gobernantes pretenden introducir en las jurisdicciones a su cargo, para que sean exitosos y benéficos, deben medirse desde las realidades del entorno, con los recursos humanos, económicos y logísticos disponibles y no con cálculos ilusorios o delirios innovadores y protagónicos, si se quiere acertar más que figurar. La presea más valiosa a la que puede aspirar un gobernante es a un sitio de honor en la historia, por haber conseguido los mejores índices de bienestar de sus conciudadanos, en aspectos vitales para una buena calidad de vida y el mayor cubrimiento social posible.

Estas reflexiones sirven para verificar que tales objetivos no se cumplen por gobiernos delirantes, ávidos de poder político y económico, que ahora, por una rara coincidencia universal, conducen países otrora prósperos que actualmente muestran resultados precarios en muchos aspectos fundamentales. Entre ellos está Colombia, donde priman las informaciones que suministran las redes y los medios, pagadas con recursos oficiales, para ocultar las lamentables realidades que afectan a las comunidades, tan ostensibles como insólitas en algunos casos, pese a disponer de recursos que se dilapidan, o se extravían en los bolsillos de protegidos del régimen.

Las evidencias, que ninguna campaña publicitaria puede ocultar, y el castigo de las urnas en elecciones libres, tienen que servir para que el mandatario nacional, y los regionales, aprovechen la oportunidad de oro de contar, en el caso colombiano, con dirigentes empresariales eficientes y bien intencionados; una academia sabia, dotada de amplios recursos temáticos; un sistema constitucional equilibrado; y recursos naturales generosos, para que desciendan del Olimpo de sus vanidades y se concentren en cumplir con su deber, sin hacerle esguinces a la realidad, con los ojos puestos en un lugar honorable y laudatorio de la historia, superando mezquindades y apoyos serviles, inspirados en intereses personales. Acudiendo a una premisa, por trillada no menos válida, el deber de un funcionario electo para altos destinos, responsable del rumbo de una nación, es tender puentes que unan a los gobernados y no levantar muros que los separen.

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El tránsito de Rodrigo Silva Hernández por LA PATRIA fue un exitoso período para la empresa, por sus dotes de eficiente administrador. Además, era un caballero en el más amplio sentido de la palabra. A su esposa, María Victoria, y a sus hijos, María Victoria, Santiago y Gabriel, un abrazo solidario.