Es un recurso promocional de los políticos populistas emergentes arremeter en sus discursos contra los ricos, culpándolos de los males de los pobres, para fomentar la lucha de clases, lo que está lejos de constituir un sentimiento humanitario, porque tales “caudillos”, que en su intimidad disfrutan de los beneficios que dispensa la riqueza, buscan ganar adeptos para sus aspiraciones electorales, acudiendo a los espacios sociales donde campean la pobreza y la ignorancia; más fáciles de conquistar con argumentos demagógicos, limosnas y estímulos perversos, como el odio. 
Sería ingenuo negar los efectos negativos del capitalismo salvaje, la penetración perversa de las mafias en la sociedad, la especulación financiera usurera, el acaparamiento de bienes esenciales y la explotación laboral, inclusive de menores. Pero es un oportunismo de mala fe y un recurso político malevo para alcanzar el poder culpar de la pobreza a gestores y propietarios del emprendimiento científico y tecnológico, la producción manufacturera, la minería adecuada y respetuosa de la naturaleza, el sistema financiero ortodoxo y la agricultura que dispensa bienestar.
Populistas y demagogos, elocuentes y hábiles manipuladores de masas, una vez instalados en el poder, continúan estimulando el odio contra los ricos, pero no hacen nada práctico y genuinamente humano para erradicar la pobreza y mejorar el nivel de vida de las comunidades. Soluciones decididamente estúpidas son ofrecer llevar a regiones marginadas sofisticados sistemas informáticos, donde se carece de agua potable, viven las familias en cambuches con piso de tierra, la producción de alimentos, agrícolas y animales, es prácticamente imposible; los beneficios de educación y salud no existen y la mortalidad infantil por desnutrición es un verdadero crimen de Estado. Con el agravante de que los recursos destinados a cubrir tales carencias existen en los presupuestos oficiales, pero los gobernantes y sus aliados políticos se los roban, y sus delitos quedan impunes o se castigan con “caricias” judiciales que los jueces, a regañadientes, tienen que acatar.
Largo, muy largo, sería enumerar los beneficios que ha aportado a la sociedad el capitalismo generador de prosperidad y desarrollo, entre ellos la tributación, cuyos recursos se vuelven humo en manos de los gobernantes. Los ricos empresarios crean empleo, con remuneraciones justas para los trabajadores; invierten en infraestructura, sustituyen importaciones, desarrollan tecnología, fomentan la educación; financian la investigación científica, crean fundaciones para objetivos específicos de gran impacto social, y manejan con eficiencia recursos monetarios con experiencia, conocimiento y probidad. De los resultados se benefician niños, ancianos y madres abandonadas; jóvenes artistas, deportistas, técnicos y emprendedores; comunidades marginadas… y los ricos, ¡claro! 
El ideal para superar la pobreza y construir futuro es la alianza de gobernantes con capitalistas privados, en armonía, y sin los odios que estimula el populismo.