Algunas actividades se realizan sin intenciones específicas o profesionales, con el único objetivo de copar el tiempo disponible, después de cumplir las tareas propias para la subsistencia, como una manera de relajar cuerpo y mente, de modo que las obligaciones laborales sean menos pesadas y las facultades físicas y psicológicas se recuperen. Descansar y relajarse es tan importante como trabajar. Pero descansar no es tirarse en una cama a ver televisión. Esa es pereza, que embrutece y empobrece. El deporte y los juegos de sala; y aficiones como el arte, la música y la lectura, cumplen el objetivo de desconectarse de la rutina y hacer útil el ocio y fructífera la soledad. El deporte y el arte pueden ser profesionales, constituir un oficio remunerado, y entonces pierden el carácter de hobby; igual que la lectura, cuando es una tarea de críticos, a quienes les pagan por leer libros y recomendarlos, así no haya convicción en las opiniones expresadas, sino favorecimiento a las editoriales; y a los autores, cuando trascienden las emociones de obras emblemáticas y se comercializan, a veces vergonzosamente.  
Para ubicar el tema sólo en la lectura, carecen de razón quienes pronostican la desaparición de los libros, y de otros impresos, como periódicos y revistas, por la agresiva penetración de los medios digitales, seducidos por el facilismo. “Nada remplaza el placer de dormirse con un libro en las manos”, solía decir un intelectual colombiano, destacado en varios escenarios de la vida nacional. Lo que no es posible con un computador, una tablet o un celular; aunque algunos dependientes mentales y obsesivos de tales “cacharros” lo intenten.          
La premisa “sólo sé que nada sé”, lanzada al mundo del conocimiento por Sócrates, desde la antigüedad de los clásicos griegos, no ha perdido vigencia, al menos para quienes usan la cabeza para menesteres distintos de cambiar de “look”. Y otro sabio, Jorge Luis Borges, éste sí contemporáneo, escritor iluminado, a quien le fue esquivo el Premio Nobel de Literatura por sus ideas conservadoras, decía que era mejor utilizar el tiempo leyendo que escribiendo. Pero “costumbres tan distintas y edades diferentes”, como poetizó Luis Carlos Gonzáles, y la “cultura” del mercado, motivan a la producción en serie, cuando a los noveles escritores les “suena la flauta” con una novela, un ensayo o una colección de cuentos; siguiendo el ejemplo de la británica Agatha Christie y la española Corin Tellado, que tenían montadas unas verdaderas “fábricas” de novelas de misterio o novelas rosas, respectivamente, de abrumador éxito comercial, antes de que los medios digitales “secuestraran” a los lectores. “Vanidad de vanidades”, algunos autores exitosos con uno o dos títulos se dan a la “farándula” de las ferias literarias y a presentar sus libros y conceder entrevistas a medios diversos, y apenas les queda tiempo para escribir nuevas obras, insulsas y mediocres, que la publicidad y el poder comercial de las editoriales hacen que se vendan. Sin embargo, el lector avisado no come cuento y mete “el dedo en la llaga”, como Tomás, para verificar contenidos literarios, antes de caer en la trampa. Los precios de los libros no están para adquirir basura maquillada de “best seller”.