“Caminante, no hay camino, se hace camino al andar”, señaló el poeta Antonio Machado, intelectual de ideas avanzadas, quien tuvo que escurrirse por la frontera franco-española para buscar refugio seguro en la tierra cuna del ideario liberal, cuando triunfó el generalísimo Franco en la guerra civil española, para iniciar una larga dictadura de ultraderecha. Don Antonio quería decir con su expresión poética que el proceso vital discurre por los senderos que el hombre construye mientras transita por la vida. Algunos despistados, sin embargo, pretenden, como en la fábula de las botas de siete leguas, engullirse las distancias. Algo así como llegar sin hacer el recorrido. La reflexión sirve para explicar lo que sucede con el liderazgo político. Quienes lo coronan en el poder, después de acumular formación, conocimientos y experiencias, que aplican al buen suceso de sus gestiones ejecutivas, suelen dejar un legado de realizaciones exitosas, sobre cuyas bases se construyen naciones desarrolladas y comunidades prósperas. Los vientos que soplan en el mundo actual hacen liderazgos a los vuelos, improvisados, de mala calidad, exprés y desechables, que cubren apenas la vanidad de los protagonistas; y les garantiza bienestar económico y figuración social, objetivo de sus aspiraciones. Nada más.  

Un libro de reciente lectura, Historias de una vida y de una región*, del doctor Jaime Mejía Mejía (1861-1953) médico oriundo de Salamina, Caldas, quien ejerció la medicina en su pueblo durante 50 años, relata en episodios salpicados de humanismo, ciencia e historia, de agradable e interesante lectura, los hechos del periplo vital del autor, que comienza en el hogar paterno, una finca agrícola y ganadera, cumpliendo tareas igual que los peones. Su padre era un demócrata liberal, formado en el trabajo y la austeridad, a quien le tocó vivir todas las vicisitudes de las guerras civiles del siglo XIX. No obstante, tuvo éxito económico, pese a sus escasas luces escolares. La solvencia le permitió atender la sugerencia de la maestra de su hijo y enviarlo a Medellín a estudiar, donde se acogió a la sombra del doctor Manuel Uribe Ángel (1822-1904), un eminente científico, político, intelectual y hombre de estado. De ahí, a Bogotá, a la facultad de medicina de la U. Nacional y después a cumplir un largo recorrido por el ejercicio de la profesión, cuando los diagnósticos carecían de recursos, lo que aguzaba el “ojo clínico”, compitiendo los médicos con teguas, yerbateros y sobanderos, en quienes creía la gente, más que en jóvenes doctores recién graduados.

Paralelo a su apostolado de curar dolencias y salvar vidas, el doctor Mejía escribía crónicas y poesías, que el editor del libro recoge, junto con la autobiografía del autor. De tales escritos adaptamos un parangón que hace, entre las cometas y los políticos, que indica que, para resistir las cometas el empuje del viento, requieren de telas fuertes y cordeles poderosos. Y para subir los hombres en la escala social y alcanzar el poder político necesitan talento, audacia e ilustración. No hay papel más ridículo, dice el doctor Mejía, que el que desempeña un hombre oscuro ocupando un puesto que no le corresponde, por su ignorancia y estulticia. “El que tenga ojos para ver, que vea”.

*Hoyos Editores, Manizales, 2023.