De una semana de intensa reflexión, lo más importante, en medio de las prácticas religiosas católicas, que incorporaban a la inmensa mayoría de los colombianos porque eran escasos los no creyentes declarados, que en una ciudad como Manizales se podían contar  con cinco dedos a principios del año 1900, se ha pasado a un período con diferentes actividades aunque todavía se conservan las tradicionales tanto presenciales como virtuales, que conmemoran la muerte y Resurrección de Jesucristo.
Antes, el tiempo de la denominada Semana Santa era exclusivo de rememoración cristiana. Había espacios dedicados para estar con la familia, no había oportunidad para distracciones e inclusive la asistencia a los predios rurales estaba limitada. Un Jueves, Viernes o Sábado Santos eran de recogimiento absoluto, con el debido estricto ayuno y abstinencia.
Las manifestaciones multitudinarias dominaron las expresiones del fervor católico. Manizales, era centro especial. Desde poblaciones cercanas venían a participar en las ceremonias; no obstante que en esos núcleos humanos existían demostraciones masivas de devoción.
Los templos, las calles y el cementerio eran sitios de encuentro comunitario bajo la conducción de los arzobispos, obispos y levitas de la arquidiócesis o de los diferentes templos de la ciudad.
Del estricto vestido de los hombres que incluía el color negro, sombrero, corbata, abrigo y zapatos especiales, que por el invierno y frío se complementaban con la cómoda ruana, se ha llegado a una indumentaria informal. Salvo los caballeros del Santo Sepulcro  el viernes. Las mujeres con sus atuendos desde el manto, luto, vestidos cerrados, han pasado a usar las diferentes modas con sus cortes, colores y escotes con textiles modernos. Se estrenaba de una a cuatro veces de domingo a domingo.
El lavatorio de los pies era una enseñanza de gran humildad. 
Actos especiales eran las prédicas que se hicieron famosas como en Manizales con el clérigo Rodrigo López y Santa Rosa de Cabal con el inolvidable sacerdote Francisco Londoño. Cada municipio tenía un destacado orador sagrado y un lugar de preferencia como sucedía con el cementerio de San Esteban y la Basílica en Manizales para escuchar el panegírico tradicional del Viernes Santo. Con monseñor Augusto Trujillo Arango se hicieron notables sus clásicas Siete Palabras a través de la radiodifusión nacional, con una audiencia fiel e inmensa.
Las procesiones eran eventos religiosos que se fueron convirtiendo en actos sociales para retornar a uno piadoso. De masivas asistencias de más de ocho cuadras se ha llegado a unos cientos de feligreses; pero también se han multiplicado los centros de las ceremonias y los ambientes se han transformado. Hay que recordar las vías del Calvario.
Las más frecuentadas en Manizales fueron: Las cinco procesiones de la parroquia de Cristo Rey, las dos de la Catedral, una de la Iglesia de Fátima, una de la Inmaculada, San José y San Antonio. Se oraba con recogimiento, con o sin música de banda.
Las tradicionales cinco visitas del Jueves Santo en la tarde al Santísimo, expuesto en una custodia para que los feligreses la adoraran, era una actividad indeclinable.
El comercio cerraba totalmente durante al menos dos días; sólo abrían temporalmente las tiendas de barrio, los bares, los restaurantes, las panaderías, la galería y los billares. Hoy lo raro es el cierre.  El periódico no circulaba ni viernes ni sábado. Las emisoras sólo emitían música clásica, pocas noticias, y en algunos momentos se oía la sacra, con preciosas versiones de Canto Gregoriano interpretadas por los monjes del Convento de Silos en España.
La matraca, que reemplazaba las campanas, se oía en todo el pueblo desde el viernes hasta el domingo.
Llegaba el Lunes de Pascua y las tareas dejadas para la Semana Mayor, todavía estaban intactas. ¡Un día demoledor!