En días recientes un joven y esperanzado estudiante de Filosofía de la Universidad de Caldas, tomó la fatal decisión de poner fin a su vida a través del medio mas utilizado por los suicidas: el ahorcamiento. Un poco antes de este penoso caso, una joven psicóloga bogotana residente en Manizales, también había decidido suicidarse, lanzándose al vacío desde su apartamento ubicado en un céntrico sector residencial de la ciudad.  
En este último caso, llamó la atención que al denunciarse la amenaza de suicidio ante las autoridades, la policía fue la primera en aparecer en medio de sus acostumbradas luces estroboscópicas. Me pregunto si la Policía Nacional está preparada para enfrentar este tipo de calamidades, duda que es extendible por supuesto a la academia y a la ciudadanía en general.  
Hace una semana estaba en el Parque Centro de Villamaría sobre la vía Panamericana y me detuve en una de sus ferreterías a comprar un lazo. Aproveché y le pregunté a la señora: “si una persona le dice que le venda uno de estos para ahorcarse, ¿usted que haría?” La vendedora se puso pálida y me dijo que simplemente no se lo vendería pero que no sabría que hacer. En mayo del 2020 LP publicó una de mis columnas denominada “El Suicidio en Manizales” donde destacaba por ejemplo, lo paradójico de una ciudad que es sin duda un gran vividero, pero a su vez un gran suicidadero (9.7 por cada 100 mil habitantes, según red de ciudades como vamos del 2019). Desde lo personal hay en mi haber y en mi recuerdo un amigo, estudiante por aquel entonces de la Universidad Nacional, un primo, un vecino y compañeros del Ejército que encontraron en el suicidio el remedio para sus preocupaciones, dolencias o trastornos mentales. Según las cifras de Medicina Legal contenidas en sus respectivos boletines (2017) la mayoría de los suicidios recaen en jóvenes entre los 20 y los 24 años y advierte adicionalmente en dichos informes, sobre la inexistencia de estudios al respecto. Resulta muy penoso que las cifras continúen aumentando y no sepamos con criterios racionales y de certeza la causa de los suicidios. Todo tiende a mostrar, que como en Manizales se vive una intensa actividad universitaria, la existencia de problemas emocionales es bastante recurrente y terminan siendo sometidos a tratamientos psiquiátricos y psicológicos. Pero, mas allá de las patologías asociadas a la vida universitaria, si es evidente la alta tasa de enfermedades mentales existentes en nuestra ciudad.
Desde la fundación de Manizales los retos sanitarios no estaban orientados a la salud mental y los “locos” como les decían y siguen diciendo estorbaban y eran la vergüenza especialmente de las familias mas adineradas. (En el inconsciente colectivo todavía permanece la imagen graciosa y caricaturesca, indigna diría yo del “bobo del pueblo”). Hasta Sibaté en Cundinamarca eran trasladados los enfermos mentales muchos de los cuales terminaban en el abandono total. En 1934 la Orden Hospitalaria de San Juan de Dios, intentó abrir una clínica en Manizales (por algo sería) pero la mojigatería de personas influyentes y médicos locales no permitían que en la ciudad se tratara a los enfermos mentales y por eso dicha idea solo se pudo cristalizar en 1953.
El próximo año se cumplen 70 años de la Clínica San Juan de Dios y dichas efemérides deben ser la oportunidad para enfrentar seria y responsablemente el tema del suicidio.