Hace 6 días el Servicio Geológico Colombiano informó que el grado de actividad del volcán Nevado del Ruiz (Cumanday) cambió a nivel naranja, lo que implica que “existe la probabilidad de que en días o semanas haga una erupción mayor a las que ha hecho en la última década” (UNGRD, 2023).
 A quienes nacimos y hemos vivido bajo la tutela del volcán, se nos vienen memorias recientes como el nivel rojo que alcanzó en 2012, cuando el Cumanday hizo erupción, obligando a las autoridades a evacuar a 300 familias y a cerrar los aeropuertos del Eje Cafetero. También vuelve el recuerdo trágico de Armero en 1985, cuando la erupción del volcán sepultó al pueblo, causando la muerte de más de 20.000 personas.
 Si bien hemos sabido sobrellevar la vida cerca de un volcán activo y los episodios de los últimos años no han causado desastres de la talla de Armero, la actual es una situación de cuidado y vigilancia permanente. Por eso es inconcebible que 6 días, 11.000 eventos sísmicos y 3 temblores después del anuncio oficial sobre el nuevo nivel de actividad del volcán, el Alcalde de Manizales, Carlos Mario Marín, no haya vuelto a la ciudad de sus vacaciones.
 La máxima autoridad administrativa de la ciudad, elegida por el mandato popular de la ciudadanía para representarle en casos como este, le ha dedicado 0 horas en el terreno a una situación que podría desembocar en una erupción volcánica. Muy a su estilo, Marín ha dado lora en redes sociales, pero ha sido incapaz de volver de su periodo de descanso, que, si bien se sustenta en prerrogativas legales, carece de legitimidad y justificación en estos momentos.
 La situación es tan ridícula y grave que hoy la persona encargada de la dirección de Manizales es el Secretario de Movilidad, quien ejerce como Alcalde y Secretario al tiempo, y quien asiste en posible representación de Marín a los Puestos de Mando Unificado-PMU es su primo-hermano, otro “político” de redes.
 Envié inicialmente esta columna especulando sobre las excusas que el Alcalde y sus bodeguitas estarían armando, del tipo “merezco un descanso”, “la situación no es tan grave”, “tenía temas de salud, pero no los informé”, “son exageraciones de la oposición”, y por poco le atinó. Debí ajustarla debido a la publicación en redes de Marín en la que efectivamente aludió a temas de salud y a sus incesantes ocupaciones en el cargo, la cual culminó cantinflescamente diciendo que no ha vuelto a Manizales porque los tiquetes de avión “tienen un costo altísimo”. Para los sacaexcusas profesionales, el Alcalde de Manizales es un ícono de talla mundial que siempre deja la vara muy alto.
 A esto nos acostumbró Carlos Mario: a espectáculos lastimeros, que solo buscan encubrir su falta de preparación, liderazgo y responsabilidad. Lo más frustrante de la situación es que con un 99% de certeza podemos asegurar que su presencia en la ciudad no sólo no mejoraría las cosas, sino que las empeoraría por su apabullante desconocimiento, su torpeza histriónica, su afán de protagonismo y su sed de cámaras y selfies. Esta incapacidad, sin embargo, no lo exime de cumplir con sus obligaciones constitucionales.
 La ausencia del Alcalde sería anecdótica o extraña, pero en este caso resulta ser la síntesis perfecta de su gestión. Marín convirtió la abstracción de la realidad, la acomodación de los hechos, la distancia de la ciudadanía, la justificación de lo irregular, la ruptura institucional, el incumplimiento de promesas, la rutinización de la incompetencia, la anulación del contradictor, la institucionalización de la improvisación y el favorecimiento de amigos y familiares en su modelo de gobierno, en su huella política.
 Vivir entre montañas y al pie de un volcán nos ha formado por décadas para enfrentar las amenazas naturales. Esta preparación será clave para encarar, cualquiera que sea el desenlace, lo que siga con el Cumanday en las próximas semanas, meses y años.
 Padecer un desastre político como Marín nos debe servir para aprender que no basta con votar en contra o con apoyar al menos malo. La ciudadanía en toda su diversidad, pero sin miedo a comprometerse, y las instituciones con todo su ímpetu, pero con un sentido real de autocrítica, debemos encontrar mecanismos y construir consensos para evitar otro fenómeno con este poder destructivo.
 En el terreno político, al igual que con algunas amenazas naturales, no bastará con conjurar el desastre. Los manizaleños tendremos que adaptarnos y cambiar modelos mentales y comportamientos para construir alternativas y elegir gobiernos alejados del clientelismo, la corrupción y el protagonismo, en los que el conocimiento, el compromiso con el territorio y la visión a futuro sean el eje.