En conversaciones y libros suele acudirse a la extraña hipótesis, qué hubiera pasado si esto o aquello, y no lo que ocurrió. Alejandro Gaviria en su más reciente libro, “No espero hacer ese viaje” (2022), también indaga qué hubiera pasado si Stefan Zweig se hubiese venido a Bogotá, por invitación de Germán Arciniegas, y no haber ido a dar a Petrópolis donde la acumulación de angustias lo condujo a planear y ejecutar su propia muerte, con su esposa Lotte. Quizá, quizá… El destino tiene sus enigmas, indescifrables.
Gaviria es un investigador y escritor de condiciones mayores, desde temprano, con voz pública y librepensamiento. Columnista de prensa, conferencista, expositor ilustrado en temas de la Cultura, con articulaciones históricas, de intensas lecturas y reflexiones profundas. Así ocurrió con sus lecciones al graduar jóvenes en ese breve rectorado que desempeñó en la Universidad de los Andes, de circulación abrumadora en los medios virtuales. Y las lecciones que imparte ahora, por todo lugar de Colombia, como Ministro de Educación Nacional, identificando y reconstruyendo pilares y procesos de la educación, para apuntalar la “paz total”, con atención a las comunidades, en especial a los maestros y docentes de todos los niveles. Con este libro, Gaviria cumple una deuda, escribir sobre uno de sus escritores de cabecera, Stefan Zweig (1881-1942), al igual que sobre otro coloso colombiano, Germán Arciniegas (1900-1999). El libro congrega a  cuatro personalidades recias, ejercitantes del pacifismo radical, a la vez reunidos en el deseo y la invocación por “la unidad espiritual del ser humano”.  Se trata de los nombrados, además de Walter Engel (crítico de arte austríaco) y Frans Masereel (artista visual belga). Hijos fervientes del humanismo, desde los clásicos griegos y romanos, pasando por Michel de Montaigne y Cervantes. Gaviria dice con claridad que “los cuatro representan la resistencia al sectarismo destructivo”. Al penetrar en libros y documentos, el autor desentraña la triste historia de la fallida conexión de Zweig con Colombia, donde pudo venir por la cercanía que tuvo con Germán Arciniegas, quien siendo Ministro de Educación lo invitó. Pero el destino ejerce de manera ineludible su propio camino.
La juiciosa investigación de Gaviria sobre esos personajes asediados por épocas hostiles, en ocasiones lo lleva a exaltar al humanismo y al arte como formas que reivindican el sentido de la vida, pero con preocupación observa los momentos actuales signados por ir hacia momentos del mundo mucho más convulsionados, “al borde de otra época de locura”. Deseable que la humanidad pueda afianzar su camino, con sustento en aquellas dos vertientes salvadoras. Zweig se movió por el mundo, primero por sus inquietudes intelectuales y por el protagonismo de sus propias obras, de aceptación y difusión muy amplias. Luego se  trató de un huir como judío errante de las persecuciones y de los avances del fanatismo en las vertientes del fascismo y del nazismo. Brasil fue un país muy receptivo para su obra, donde fue personalidad célebre, agasajada  de continuo, y conferencista en auditorios rebosantes en asistencia. Zweig y Arciniegas se conocieron y trataron en Buenos Aires, cuando aquel hizo conferencia el 29 de octubre de 1940, con Arciniegas en primera fila. Desde los primeros momentos tuvieron recíproca admiración. Reconocen sus oficios en la escritura ilustrada y de indagación, con matriz en la filosofía liberal, con ahínco en especial en Montaigne. Arciniegas le obsequia, en diferentes momentos, sus libros “Jiménez de Quesada” [“El caballero de El Dorado”, título dado por Zweig] ,  “El estudiante de la mesa redonda” y “Los alemanes en la Conquista de América”, los que leyó con cuidadosa atención; se los comenta y promueve difundirlos con sus editores en Nueva York, en gestión perseverante. Zweig fue prolífico en correspondencias, cartas que hacía por decenas cada día con los más variados destinatarios. Sus relaciones eran cuidadosas y abundantes. Arciniegas no se quedaba atrás.
Gaviria en su libro incorpora al final un conjunto de cartas cruzadas entre los dos personajes, incluso con reproducciones facsímile. En carta de Zweig, desde el Hotel Central en Río de Janeiro, le dice: “Fue un placer leer su libro [“El estudiante de la mesa redonda”]. Es un libro joven, como ya no se escriben, con todos esos entusiasmos y fervores, muy bello en sus detalles… El escepticismo llega sin que lo hayamos invitado, con los años, y estoy seguro de que usted no ve ya el mundo con esos ojos ardientes. ¡Aprendí mucho con este libro, que conservo como un retrato de juventud!”.