El legado del alcalde Carlos Mario Marín es como esa cebra peatonal que no va a ninguna parte. Su legado se estrella contra el sardinel y dos árboles antes de lograr llegar a cualquier lado. Tiene la pintura que se necesitaba, pero dirigida hacia la idiotez. Eso se nos hará una carga después.

Lo que nos hereda no alcanza a describirse en ese 73% de desfavorabilidad con el que termina, según la Polimétrica. Tampoco logra ser explicado por las obras que deja sin entregar, con prórrogas altísimas, o por sus contratistas favoritos. El legado de esta alcaldía es esa cebra peatonal, un digno ejemplo de todo lo que se nos hace idiota: el punto exacto en el que la falta de razonamiento se hace ofensiva.

“Bobo es el que hace bobadas”, fue la filosofía pambeliana que le aplicó su exfuncionario y examigo Arturo Espejo Arbeláez, cuando quiso insultarlo por audios. Fue el más acertado. No lo digo por aplicarle lo de bobo a la persona del alcalde —yo hago parte de quienes dejamos de subestimar políticos hace mucho—, lo digo por ser lo mejor que describe su legado, que sí fue bobada.

Hay gente que lleva la cuenta regresiva de lo que le queda al gobierno de Carlos Mario Marín. Están contando desde hace meses, incluso años, como si la llegada a cero pudiera ser  alguna celebración. A mí ese conteo no me emociona: primero, porque la política de la ciudad me está haciendo pensar que cuando lleguemos a cero todo puede ser peor; segundo, porque creo que en la práctica su alcaldía terminó, y no se necesitó contar más, el día que decidió firmar su ‘tratado municipal’ con Liberland; tercero, porque la llegada a cero de ese conteo regresivo significará que ese día su legado se hará realidad.

Explico esta tercera razón. La cebra que no va a ninguna parte se hará una carga definitiva para todos y todas. Porque lo más grave es que esa cebra, aunque fue pintada a su estilo, a las carreras, improvisada, prorrogada, sin control, en el cumplir por cumplir, tenía la pintura y las apariencias de una lucha sensata. Ese es su legado: el haberse apropiado de agendas sociales urgentes solo para convertirlas en idiotez y bobada. En su columna del sábado, Alejandro Samper hizo la mejor comparación con Bizarro, el enemigo de Superman: “por querer hacer lo mismo que su némesis, termina haciendo el ridículo” (https://shorturl.at/gDS03). La mayoría ahora creerá que esas son luchas tontas y quienes defendemos alguna quedaremos siempre vinculados a su mufa.

¿Qué tan fácil será luchar por una seguridad vial para peatones sin quedar vinculado al estilo de Marín? Cuando hablemos de una Santander segura para usuarios de la bicicleta, o de peatonalizar vías para generar espacio público y valorización, estaremos encasillados en la idiotez del proyecto de este cuatrienio.

Ya no habrá cómo pensar una “ciudad verde” sin rememorar su sello proselitista. La ciudad sostenible ya no será proyecto sino solo una mala época para olvidar. Ahora que prometen reabrir el POT, reclamar una ciudad racional con el cambio climático tendrá el fantasma de la payasada.

¿Se puede pensar una lucha contra la corrupción sin que a la gente le suene a habladuría y a video para redes? Carlos Mario usurpó las luchas de mucha gente, aún sin haber votado por él, pero al final terminó devolviéndoselas rotas. Hasta nos dejó unas elecciones sin candidato alternativo fuerte, pues su alternatividad fue la muerte de todas las alternativas.

Carlos Mario se la jugó con su primo Santiago Osorio, con algunos amigos (a otros los excluyó) y las familias de esos amigos; también con Lizcano, con José Luis Correa, con Juana Carolina y hasta con un par de liberales que volteó en el Concejo. Hoy sale solo, buscándose algún púlpito para sí mismo. No vio que la cebra que sí debía pintarse en la avenida estaba al ladito, cerquitica. Era solo borrarla y correrla, pero para entonces ya nos había dejado su legado.

Entre bambalinas: ¿Y qué sobre el legado del gobernador Luis Carlos Velásquez? Puede que sea este silencio. La irrelevancia, la que no da ni para escribir algo.