“Por la avenida vienen
 los candidatos…”, escribió Mario Benedetti.
 Vienen recogiendo apenas las firmas. Ni siquiera piden todavía los votos. Se vende candidato, se compra candidato, se permuta candidato. Se ofrecen al por mayor y al menudeo. Nacen debajo de las piedras. ‘Les picó el bicho’, dicen. En realidad, los mordieron los zombis. Los mismos que, mascándose la cola, se van organizando en una fila larga en la que cada uno cree ser como el de adelante y cree que ya no es como el de atrás.
 “Los candidatos a mosca blanca
a perengano a campeador
a talismán
a vicedéspota…”
 No saben a qué van, pero van. O saben que van a lo que no van. Pintan para alcalde, para gobernador, para diputado, para concejal, como pinta uno para lo que sea según cualquier madre. ‘Cante, mijo, que usted canta bonito’, y canto. ‘Láncese, mijo, que usted se lanza bonito’, y me lanzo.
 “Los candidatos a pregonero…”, a defensor del lugar común, a profeta de lo ya pasado, a repetidora de lo que da gusto oír. “A rabdomante…”, a adivinador de monedas debajo de los escritorios y los archivadores. “A chantapufi…”, a maquillador de verdades y a pulidor de mentiras. “A delator…”, a repartidor de lealtades. “A mascarón de proa…”, a ornamento, a eslogan, a banderita de fácil recordación.
 “Los candidatos a gran tribuno…”, a adjetivadores sin sustantivo y sin sustancia. “A alabanceros…”, a lambón en público para el amigo, a adulador en secreto para el enemigo. “A estraperlista…”, a negociantes con lo que no tienen ni es de ellos. “A piel de judas / a tercer suplente…”, a pararrayos para proteger al Patrón, a cumplidor de las órdenes que le disfrazan de sugerencias.
 “Los candidatos a iracundito…”, en este país que es ‘prepotencia mundial de la vida’, como escribió la periodista Nubia Rojas en estos días. “A viejo verde a peor astilla…”, a abusador de todas y de todos, como el cerdo verraco. Candidatos a abrir whisky en la oficina para proponer sexo como parte del precio de lo público. “A punto muerto / a rey de bastos…”
 “Por la avenida vienen
los candidatos…”,
 El problema, al final, no es que sean muchos. El problema es que dicen que vienen sin partido. Pero partido consiguen fácil, o lo compran, o lo transan, o se lo encuentran por ahí caído del zarzo. Lo que no tienen es organización, ni comunidad, ni colectivo. Han hecho más carrera de burócratas que de políticos. Debe ser por eso que creen que unas firmas en un formulario hacen real el poder.
 “desde la acera
solo y deslumbrado
un candidato a candidato
avizora futuro
y se relame.”
 Van solos, en realidad. En esta síntesis neoliberal del tú puedes solo, tú compites solo, tú te superas solo, tú te hundes solo, tú lloras solo. Del mundo es tuyo, solo tuyo. Y eso que tienen tanta gente cerca, pero suelen llegar por pago o por favor. No tienen pueblo. Decía Platón, que odiaba la democracia, que el problema es cuando se le encarga el gobierno a la multitud. ¿Pero cuál multitud? Si aquí son muchos, pero cada uno va llegando por su cuenta. Termina más multitud del lado de los elegidos que de los electores.
 Anoche soñé con un edificio público recién desocupado. Se veían todavía los terrones de pelo y polvo que se acumulan detrás de los escaparates, así como los manchones y talladuras en las paredes y repisas. En el piso más alto, en el salón más grande, estaban reunidos los candidatos. De pie, en corrillos, con tazas de café en las manos. Ya no iban por la avenida, habían llegado a su destino, supongo. Desde cualquier lugar del edificio vacío se oía el eco de sus susurros y carcajadas.