Doña Pilar ocupó un amplio espacio en la historia política y administrativa de Caldas, desde cuándo, por invitación del director y propietario del diario La Patria de Manizales, José Restrepo Restrepo, comenzó a incursionar en la vida pública del departamento. Con su peculiar estilo de aproximación a las gentes, se fue abriendo brecha en el espinoso camino de la política, en el que obtuvo rápidos ascensos. Parlamentaria, dos veces gobernadora, una de ellas por decisión de las urnas y la otra por nombramiento directo del presidente Alfonso López Michelsen, y gestora cívica desde la oficina de Fomento y Civismo de Manizales, se entregó con denuedo al ejercicio de sus funciones. Siempre amable y sonriente se le veía por los pasillos de sus despachos, en los que establecía una abierta empatía con sus subalternos. Era precisa y exigente en los ágapes oficiales y nunca dilapidó su tiempo en informales reuniones, salvo que fueran necesarias para adelantar peticiones en beneficio de sus gobernados.
Eso sí, con generosidad manifiesta, trasladaba a su residencia señorial de La Castellana, con excepcional anfitrionazgo, las relaciones públicas con presidentes, ministros y embajadores, quienes disfrutaban de su natural charla, coloquial y amable, y terminaban subyugados y desde luego prestos a atender sus obligantes requerimientos. Las puertas de los selectivos altos burócratas de la capital, siempre se abrían al primer toque de Doña Pilar. Pero que quede constancia. Las puertas de La Castellana siempre estuvieron abiertas para los humildes y los desheredados que acudían a Doña Pilar en busca de su mano tendida. Que fue pródiga y generosa.
Yo no fui cercano a su círculo más estrecho, pero si gocé de su simpatía y amistad en el transcurso de la vida. Como director de La Patria, que fui, y por insinuación del Dr. José Restrepo, mantuvimos permanente comunicación. Y luego en las campañas libradas al lado de Omar Yepes Alzate, a quien Doña Pilar aprendió a querer, sentimiento en el que fue recíproco durante largos años el jefe conservador de Caldas, disfrutamos en común de largos y anecdóticos coloquios, salpicados con los sápidos y agudos chascarrillos de Dilia Estrada de Gómez y de Guillermo Botero Gómez, que hacían ruborizar a doña Pilar, pero que ella disfrutaba a tutiplén, sin perder su señorial decencia ni donosura. Rodrigo Marín Bernal, también la hizo objeto de sus querencias. Es que sí algo identificó el espíritu de Doña Pilar, fue la conciliación. Para ella nunca hubo enemigos políticos. Adversarios, sí. Pero siempre estuvo presta para el entendimiento. Conciliación y reconciliación fueron sus lemas. Con los que obtuvo reconocida gobernabilidad y paz política en sus mandatos.
 Tanto se ha escrito sobre las bondades de Doña Pilar, que sería empalagoso insistir en su florilegio. Quiero es reiterar mi imperecedero agradecimiento por sus últimas manifestaciones de afecto para conmigo y su gesto decidido de adhesión que recibí en mi aparición última en la política caldense. Hace 9 años, los conservadores y liberales de mi departamento, en cabeza de Omar Yepes Alzate y Simón Gaviria, y dirigentes de otros sectores, me postularon para la gobernación. Y quise en los primeros días visitar a Doña Pilar en su residencia, en pos de consejo y respaldo. Allí, me hizo el honor de hacer pública su adhesión a mi candidatura.
Pero lo que se quedó como imborrable en mi memoria, fue su deseo de acompañarme el día de las elecciones, lo que cumplió, a pesar de que ya comenzaba a acusar su deterioro físico. En un modesto restaurante de Chipre, después de haber sufragado, quiso compartir conmigo y los míos un frugal desayuno y desearme éxito en la lid democrática. Fue el último día en que la vi. Pero su gesto, su compañía, su solidaridad, los recordaré para siempre. Muchas gracias, Doña Pilar. A Juan Martín, sus hermanos, a María Isabel, a los nietos, sobrinos y familiares de Doña Pilar, los hago receptores de un estrecho abrazo de solidaridad, en nombre propio y de los míos.