El último síntoma de la estupidez de Nayib Bukele en El Salvador y Javier Milei en Argentina fue prohibir el lenguaje inclusivo, una medida tan ridícula como la de obligar a su uso. El gobierno argentino anunció que impide a sus funcionarios decir ellos, ellas y elles, o hijos, hijas e hijes y “todo lo referente a la perspectiva de género” porque “contribuye a destruir valores”. Lo que no aclara, por supuesto, es que los valores que ese lenguaje busca derrumbar son los del patriarcado. Bukele copió la idea e informó que en El Salvador los empleados estatales tampoco dirán nosotros y nosotras, y eliminarán la “ideología de género de escuelas y colegios”.
No existe la tal ideología de género. Hay reivindicaciones de derechos con perspectiva de género que buscan cerrar brechas e incluir a minorías sexuales históricamente oprimidas. Pero claro, una cosa es lo que piensa uno (una) y otra distinta lo que predican los pastores y algunas iglesias, lo que circula por Whastapp, lo que proclaman los políticos de derecha y la homofobia que se respira en los grupos de papitos y mamitas. Ante el lenguaje inclusivo algunos dicen “siquiera se murieron los abuelos” y yo pienso: sí, siquiera hay señoros en vías de extinción.
La Real Academia de la Lengua (RAE) define la palabra “señoro” como “un neologismo acuñado en el ámbito del feminismo para referirse al varón que muestra indiferencia o desdén por las reivindicaciones feministas”. La RAE está llena de señoros, pero escribo su definición para los que sienten corrientazos cuando oyen “ellos y ellas”, “niñes”, “chiques”, “ancestras” o “mayoras”, como dice la vicepresidenta Francia Márquez con tanta carga alegórica y política. Hay quienes consideran sacrilegio usar palabras que no han recibido la bendición de la RAE, como si la lengua no fuera un espacio vivo y en constante mutación. Por ejemplo, la RAE no incluye “parce” como sinónimo de amigo, pero si yo escribo que tengo lectores parceros no creo que haya confusión. El viernes Álvaro Gartner usó en La Patria “dimayorada” como término para nombrar disparates, a raíz de los yerros de la Dimayor, y yo celebro ese neologismo certero.
El lenguaje inclusivo es un gesto político, aunque algunos señoros se empeñen en ver ahí, con condescendencia, mera ignorancia que se explicita en la forma de hablar y que creen necesario corregir. Usar los femeninos y no sólo los masculinos es una resistencia que busca incomodar desde las palabras, una perturbación simbólica para remarcar las brechas de género. Si yo no lo escribo con más frecuencia no es porque me parezca banal o menor, sino por preferencias estéticas y porque oigo a hombres que saludan “hola a todas, todos y todes” y sin embargo nos interrumpen, nos invisibilizan y nos niegan agencia. Hay quienes lo utilizan con honesta intención inclusiva y hay quienes lo aprovechan como una máscara de quita y pon.
La poeta Maruja Vieira, miembro de la Academia Colombiana de la Lengua, se refirió a este asunto en 2011: “Si bien la intención incluyente de la mujer en la sociedad es loable, la duplicación reiterada como forma de validación puede ser, a veces, hasta perjudicial para el propósito. La Academia declaró recientemente que considera la mencionada duplicación como innecesaria, pero dejó a los usuarios la libertad de aplicarla o no”. Libertad significa que cada cual decide si lo usa o no.
Así como el feminismo es imparable, las órdenes de Bukele y Milei evidencian que el lenguaje inclusivo también lo es. Leí libros recientes de la mexicana Alma Guillermoprieto y la brasilera Eliane Brum que emplean esa duplicación en su escritura, sin que se afecte el placer lector. Aún más interesantes me parecen los hombres que todo el tiempo utilizan el lenguaje femenino como sombrilla para incluir los distintos géneros. Recuerdo un texto de Pablo Rolando Arango escrito así, y también conozco profesores que se refieren a sus grupos mixtos en femenino.
Así que queridas lectoras, todas, todos y todes: el lenguaje es un espacio de libertad y su uso también es político. Si a los señoros no les gusta, allá ellos. Como canta Charly García, los dinosaurios van a desparecer. Las dinosaurias también.