En “Sintiéndolo mucho”, el nuevo documental dirigido por Fernando León de Aranoa, el cantautor español Joaquín Sabina explica por qué en ninguna de sus canciones habla de su infancia. Era la época de Franco, de rezos y responsos, y en Úbeda, su pueblito andaluz, “lo que pasaba es que no pasaba nada”.
Lo primero que quiso fue marcharse bien lejos. Su primera estación fue Londres, a donde llegó con un pasaporte ajeno porque el suyo estaba vetado: en una protesta lanzó un cóctel molotov contra un banco en Granada, una escena que miles corean en una de sus canciones más cursis y conocidas: “Y en lugar de tu bar me encontré una sucursal del Banco Hispano Americano / Tu memoria vengué, a pedradas contra los cristales…”
En Londres oyó al Bob Dylan de los primeros años, que es el que más le gusta, aunque cuando lo niega todo niega incluso ser el Dylan español. Actuó en bares, tocó en el metro y se rebuscó como paria hasta que pudo regresar a España, en donde fue un recluta que rasgaba la guitarra. Se presentó noche a noche en La Mandrágora, un sótano de Madrid, y el porvenir dejó de vestirse de gris cuando en 1978, con 28 años, pudo grabar su primer disco. Después han llegado otros 17 álbumes, con escenas de su vida en fragmentos de 3 a 6 minutos. Diarios íntimos en los que con humor negro y poesía cuenta historias de un tipo que si pudiera elegir sería un pirata cojo con pata de palo, con parche en el ojo y con cara de malo.
Este miércoles volvió a cantar en Bogotá. En 2020 cayó dos metros en un escenario en Madrid, cuando alternaba con Joan Manuel Serrat, y terminó hospitalizado. Luego vino la pandemia y ambas circunstancias lo alejaron de los escenarios durante tres años. Hace una semana empezó una gira que abrió en Costa Rica, con segunda parada en Macondo, como dijo con su voz ronca e inconfundible, ante un auditorio lleno de seguidores que lo sentimos como uno más de la familia, porque llevamos décadas oyéndole sus tusas de 19 días y 500 noches, sus sueños de escribir la canción más hermosa del mundo, y las historias de sus hijas Carmela y Rocío, la que le escribe emails parricidas.
El concierto en Bogotá empezó con una de sus canciones viejas, “Cuando era más joven”, en donde canta “hoy como caliente, pago mis impuestos, tengo pasaporte” pero a veces “sueño que viajo en uno de esos trenes que iban hacia el norte”. Esa rebeldía ante la inercia de sentar cabeza, ajuiciarse y envejecer ha sido permanente en su vida, que es su obra, en donde la muerte ronda con múltiples máscaras. En 2001 sufrió un ictus que por poco se lo lleva y por eso, contra todo pronóstico, en “Lágrimas de mármol” coreamos con él “Superviviente, sí, ¡maldita sea! Nunca me cansaré de celebrarlo”. En 2003 el artista que cantaba “Oiga, doctor / Devuélvame mi depresión”, cayó en un hoyo profundo que lo llevó a escribir una de las letras más precisas que hay sobre la “Nube negra”, que describe su necesidad de cerrar la casa porque se siente herido y solo recibe noticias de la muerte.
En “Sintiéndolo mucho”, la canción que compuso para el documental, y que acaba de ganar el Goya a mejor canción original, confiesa: “siempre he querido envejecer sin dignidad / fingiendo ser un estupendo viejo verde, y lo de viejo, sintiéndolo mucho”. Se trata del mismo hombre que recomendaba: “si lo que quieres es cumplir cien años, no vivas como vivo yo” y que a sus cuarenta y diez escribió “pero sin prisas, que el traje de madera que estrenaré no está siquiera plantado”.
Hoy tiene 74 años y ofrece conciertos de dos horas, con nuevas arrugas y canas, su infaltable bombín, su guitarra y el anillo de calavera que le regaló Keith Richards. Luce tan joven y tan viejo, like a Rolling Stone, y aunque al final nos dijimos adiós, dudo mucho que volvamos a vernos. La banda sonora de mi vida envejece, y yo con él.
Pie de página: Regresa la Orquesta Sinfónica de Caldas este sábado 11 de marzo a las 6:00 p. m. en el Teatro Fundadores, con el maestro Andrés Orozco-Estrada como director invitado y con entrada libre. Asistir es apoyar.