“Por supuesto que estaba a favor del aborto, del derecho al aborto, del derecho a decidir, pero una cosa era formularlo y otra muy distinta ponerlo en práctica... con su hija. ¿Cuántos padres viven y mueren en la felicidad de la ignorancia, sin saber ni intuir que sus hijas pasaron alguna vez por una clínica de abortos?”.

Eso escribió Mauricio Bernal en “Tácticas contra el tedio”, una novela en la que el aborto aparece en alguna página y luego desaparece, tal y como ocurre en la vida de algunas mujeres. “La felicidad de la ignorancia” que describe el narrador permite pasar por encima del aborto, sin sospechar lo muy cerca que respira, porque éste sigue siendo un tabú que conviene evadir de la conversación cotidiana, en aras de la paz familiar o laboral.

Esta semana celebramos en Colombia los dos años del fallo de la Corte Constitucional que despenalizó el aborto bajo cualquier circunstancia hasta la semana 24 de gestación. Como lo señaló la médica Ana Cristina González, pionera del movimiento “Causa Justa”, las clínicas no se saturaron de mujeres que esperaron llegar hasta los seis meses de embarazo para abortar, como algunos vaticinaban hace dos años. Al contrario, en Oriéntame, una red que atiende este tipo de procedimientos, entre 2022 y 2023 más del 90% de los abortos se practicaron en las primeras 12 semanas del embarazo.

El fallo de la Corte fue histórico porque desde hace dos años las mujeres dejaron de ir a las cárceles por abortar hasta la semana 24 y porque dejó de ser necesario darle explicaciones al médico, la enfermera, la cajera y el portero de la EPS sobre las razones para decidir sobre el propio cuerpo. Fue un avance, sin duda, pero aún falta dejar de penalizar socialmente a las que abortan y evidenciar prejuicios que sobreviven: todavía hay quienes creen que el aborto es un problema de jovencitas pobres y con poca educación, un sesgo que contrasta con la realidad de las clínicas, a las que llegan mujeres casadas y solteras, de todos los estratos, edades y niveles educativos, buscando evitar una maternidad indeseada o a destiempo. Es claro que no todas las mujeres abortan, pero sí es difícil encontrar a alguna que no sepa de otra que sí lo haya hecho.

En “¿Será que soy feminista?” Alma Guillermoprieto aborda el núcleo de la discusión sobre el aborto: “Una mujer que es dueña de su decisión de gestar, o no llevar el embarazo a término, es peligrosamente libre”. El rechazo a la posibilidad legal de abortar (que es una opción, pero jamás una obligación) se refiere sobre todo a este modelo de sociedad en el que las mujeres libres se consideran desde tiempos antiquísimos como amenazas. Entre las brujas quemadas en hogueras y el linchamiento digital (y a veces físico) que sufren las defensoras del aborto en este siglo XXI hay un claro hilo conductor: el patriarcado, que oprime a las mujeres, y también a los hombres.

En “El oráculo térmico” una novela que ocurre en Chinchiná y que publicó el año pasado la manizaleña María Antonia León, la protagonista reflexiona: “habría querido vivir en un contexto donde abortar fuera un acto sencillo, aceptado. Un acto para abrazarnos diferente con la vida”. Ese contexto aún no existe y hay que trabajar para construirlo, pero es necesario además defender lo que ya logramos, porque se puede perder. En el prólogo de “Conversaciones fuera de la catedral”, el libro sobre la historia del derecho al aborto en Colombia que acaba de publicar la periodista Laila Abu Shihab, la escritora argentina Claudia Piñeiro recuerda a Simone de Beauvoir: “No olviden jamás que bastará una crisis política, económica o religiosa para que los derechos de las mujeres vuelvan a ser cuestionados. Estos derechos nunca se dan por adquiridos, debemos permanecer vigilantes toda nuestra vida”.

La premio nobel de literatura Annie Ernaux convirtió su cuerpo en lenguaje en “El acontecimiento”, donde recoge su experiencia de aborto clandestino. Pasar la página de la sanción social del aborto implica comprender lo que piensa y siente una mujer que decide abortar y para ello no hace falta vivir la experiencia en cuerpo propio: el cine y la literatura ayudan.