El pasado fin de semana me invitaron a participar en el Hay Festival de Jericó y entonces pude volver a recorrer ese pueblo hermoso del suroeste antioqueño.
Más allá de los encuentros literarios que se desarrollaron gracias al apoyo de Comfama, y que congregaron a 40 escritores y a un público de 10.000 personas, según leí, puebliar en Jericó en cualquier momento del año es motivo de dicha. El municipio conserva una arquitectura preciosa, con puertas de muchos colores, balcones con flores, calles empedradas y calados en madera que recuerdan la belleza de Salamina, pero además ofrece una rica variedad de restaurantes, galerías de arte, cafés, bares y librerías que permiten disfrutar de una deliciosa ruta gastronómica y una vida nocturna para distintos gustos. Como dirían algunos, tiene mucho sitio para parchar.
Que un pueblo de 12.000 habitantes cuente con tres museos, incluyendo uno de antropología y arte y otro de instrumentos musicales, habla del protagonismo que allí tiene la cultura. Esa vocación quedó evidenciada en los últimos años, cuando colectivos artísticos y ambientales asumieron la defensa del territorio, ante el riesgo que representa para su paisaje, su agua, y su forma de vida el proyecto de megaminería de la multinacional AngloGold Ashanti. Ante la amenaza que se cierne sobre el paisaje cultural cafetero por la eventual adjudicación de títulos para proyectos de megaminería en 10 municipios de Caldas, es mucho lo que las comunidades de aquí pueden aprenderle a estos vecinos.
Diría entonces que recomiendo ir a Jericó, que tiene tanto de bueno, bello y bonito, pero aquí viene lo malo: no entiendo qué fue lo que Iván Duque vino a inaugurar con gran despliegue en Pacífico Tres en agosto de 2022, tres días antes de entregar la Presidencia. En vez de explicar por qué aún no estaba terminada la vía que se supone que entregarían en noviembre de 2020, Duque posó ante las cámaras, sonrió, echó discursos y recibió aplausos. Ya estamos en 2023 y los 52 kilómetros que hay entre La Felisa y La Pintada están crudos. Por ahí pasan no sólo los carros que van de Manizales a Jericó sino también los vehículos y la carga que van de Manizales, Pereira, Cali y Buenaventura a Medellín. Hay muchos tramos a un solo carril porque el otro está en obra, y eso implica que quien se anime a hacer este recorrido de pesadilla se somete al albur de los pare y siga. Cuando salí de mi casa la aplicación “Waze” indicó que el viaje sería de tres horas y 35 minutos, pero por los pare y siga duró más de cinco. Alguien me dijo: “dese por bien servida: cuando hay un accidente o un varado la vía colapsa del todo”. Ya sé que cuando terminen la obra va a quedar muy buena, pero estos más de dos años de retraso no solo causan incomodidad sino también un daño económico difícil de cuantificar, que incluye todos los negocios perdidos por una conectividad que antes fluía y ahora ya no.
Ya les conté lo bueno (Jericó), lo malo (la vía) y ahora sigo con lo triste: Jericó está empapelado con carteles y mensajes con la foto de Andrés Camilo Peláez Yepes, que anuncian una recompensa de $30 millones a quien dé información sobre su paradero. Andrés Camilo es un ingeniero forestal de Jericó que el pasado 4 de enero cumplió 27 años y que desapareció el 3 de abril de 2022 en San Andrés de Cuerquia, donde trabajaba para la empresa WSP, contratista de EPM. En Jericó viven su familia, sus compañeros de la Institución Educativa San José, sus amigos de la adolescencia y toda la gente que vio pasar un cambio de gobierno, Navidad y Año Nuevo, sin que amaine la incertidumbre por su paradero. Al ver su rostro repetido tantas veces en las esquinas pensé que cualquiera de los escritores reunidos en el Hay Festival necesitaría enorme talento para narrar con verosimilitud una desaparición como ésta, en la que se supone que ningún ser humano vio nada ni sabe nada. Decir como dicen las autoridades, que a Andrés Camilo se lo tragó la tierra sin dejar rastro, no se lo cree nadie.