Un error frecuente a la hora de escribir es el uso del prefijo «ex». Nadie separa «bi cicleta» o «in moral», dos palabras con prefijos, pero escriben «ex presidente», como si fueran términos independientes. Por esa vía alejan «ex» de «presidente» hasta desaparecer el prefijo que modifica la palabra principal, como fórmula para disimular “la vergüenza de haber sido y el dolor de ya no ser”, como diría Gardel. De ahí a «presidente eterno» sólo hay un paso de perfeccionista.
 Salvo exóticas excepciones, casi nunca da lo mismo hablar del marido que del exmarido. A veces son antónimos. Incomoda que alguien en la calle pregunte por la esposa para referirse a la de hace 32 años y no a la actual. Separar o eliminar el prefijo «ex» del término al que debe permanecer adherido evidencia desconocimiento o negación frente a normales cambios que llegan con el paso del tiempo.
 Hay sesgo al llamar «guerrillero» a Gustavo Petro. ¿Dónde estaban ustedes en 1990? ¿Ya habían nacido? ¿hoy piensan igual? En 1990 Colombia se regía por la Constitución de Rafael Núñez y para casarse por lo civil había que ir a Panamá. No había celulares ni Internet y la televisión sólo ofrecía dos canales. Si pienso en mi vida de 1990 concluyo que soy mi propia ex. Pues bien: desde esa época remota Petro se acogió al proceso de paz firmado por el M-19 y se incorporó a la vida civil, compitiendo en elecciones y aceptando victorias y derrotas según las reglas democráticas. No minimizo la cuestionable decisión personal de la clandestinidad: Petro integró la guerrilla urbana del M-19, repartió propaganda subversiva, fue detenido en Zipaquirá cuando tenía 25 años y estuvo preso 16 meses. Después se desmovilizó y empezó una vida distinta. Quienes llaman a Petro «guerrillero» «terrorista» o «bandido» hablan como si hubiera vestido camuflado hasta la tarde de ayer y evitan convenientemente decirle exconcejal, exalcalde, exrepresentante o senador, palabras que evocan los muchos hombres que él, como cualquier ser humano, puede ser en 62 años de vida.
 El éxito de cualquier proceso de paz consiste en que los alzados en armas confíen en que pueden alcanzar el poder y hacer los cambios que sueñan por vías institucionales: a través del voto y sin disparar. El Estado ha firmado la paz con grupos como el M-19, Quintín Lame, EPL paramilitares o las Farc, que en 2017 desmovilizaron 13.000 combatientes, de los cuales 320 han sido asesinados. Falta el ELN. Me pregunto qué pensarán estos reinsertados al ver que a Petro, con más de media vida en la legalidad, parte de la sociedad le enrostra hoy con rencor su pasado de hace 32 años.
 El lenguaje tiene el poder de desnudar a quien lo usa. Cuando oigo o leo «Petro guerrillero» pienso que esa frase, más que hablar del candidato, refleja el presente de quien la pronuncia: alguien que considera inadmisible que “esa gente” se atreva a acercarse al poder, en vez de dedicar su vida a proyectos productivos rurales y pobres, que es lo que muchos esperan de los exguerrilleros: que se queden viviendo lejos en el monte para que sus hijos jamás estudien con los nuestros.
 Aunque eso es relativo: como se estigmatiza a la izquierda equiparándola con la guerrilla, en una visión falsa, peligrosa, simplista y anacrónica, entonces no se habla de los exintegrantes del M-19 que han militado en el uribismo, como Angelino Garzón, Everth Bustamante, Rossemberg Pabón, Eduardo Chávez, Carlos Alonso Lucio y Augusto Osorno, entre otros, así como exmiembros del EPL que también trabajaron con Uribe, como Carlos Franco, Mario Agudelo y Aníbal Palacios. A ellos no les sacan memes con frases grandilocuentes del tipo “tienen las manos manchadas de sangre”, ni les hacen montajes con fotos que los muestren tras las rejas o con uniforme de presos. Esa ausencia habla de quienes producen o comparten este tipo de montajes gráficos contra Petro: gente que no tiene vergüenza propia para exhibir en redes sociales su incapacidad para discernir la información de la propaganda malintencionada, las falsedades de los hechos ciertos, o simplemente su falta de argumentos en el debate político.