Es Semana Santa y salgo a pueblear. A orilla de la carretera veo vacas, gallinas, perros, flores, guaduales y cafetales. En el carro suena una “playlist” de Spotify. La Muchacha (Isabel Ramírez, Manizales, 1994) rasga su guitarra y canta: “Yo aquí sentada y todo tan paraco, tan sucio, tan verraco tan por debajo ‘e la mesa… Yo aquí parchada y todo tan mordido, tan desaparecido, tan por debajo ‘e la tierra… Nos embutieron la guerra hasta el fondo de la tráquea”.
Yo aquí sentada tengo cuatro horas para detallar la película del paisaje. Veo estos verdes tan bonitos y tan fértiles, escenario de tantas violencias. En Irra las historias bandoleras de los años 50 fueron sepultadas por las del asedio guerrillero de los años 80 y 90. Las nuevas generaciones que usan el túnel que construyó Pacífico Tres no conocieron el otro túnel, el que quedaba justo al lado, en el que a finales de los 90 y comienzos de este siglo hacían “pescas milagrosas”, un eufemismo anterior al de “falsos positivos”: Si usted es un lector de mi edad o mayor que yo, puede ir de una vez al párrafo siguiente, pero si es menorcito o extranjero, paso a explicarle qué entendemos como pesca milagrosa en este país que se enorgullece de hablar el español de una manera tan correcta: pescas milagrosas son los retenes ilegales en las carreteras, que pulularon a finales del siglo pasado y comienzos de éste. Las hacían guerrilleros, pero también delincuencia común e incluso hubo policías activos condenados por ese delito. Si el retenido estaba de buenas le robaban la plata o el carro. Si estaba de malas se iba secuestrado para el monte, hasta que la familia pagara rescate. Si el negocio se alargaba, al secuestrado lo vendían a otro grupo armado, con más poder de presión sobre la familia. Si el asunto se enredaba lo mataban y para borrar huellas era posible que lo desaparecieran en este Río Cauca tan caudaloso, por el que bajan tantos peces y han bajado tantos muertos. Los cuerpos arrojados al Cauca en el norte del Valle quedaban (¿quedan?) atascados en el remolino de Beltrán, en Marsella, pero los de estas tierras caldenses siguen derecho hasta Antioquia, ese departamento que ahora veo por la ventana del carro mientras sigo cantando con La Muchacha: “pa’ que vaya pues sabiendo cómo son las vainas en las tierras de las altas democracias”.
Un sobrino nos cuenta de un viaje de trabajo que hizo hace pocos días. Voló hasta Mitú, ahí tomó otra avioneta hacia el norte y luego navegó tres horas por el Río Inírida hasta llegar a Morichal, en Guainía, para llevar energía solar a un colegio que administra una comunidad religiosa y que alberga como internos a más de 140 niños indígenas. El proyecto energético lo donó una ONG alemana. Mientras vamos por la carretera y vemos estas montañas escarpadas el sobrino describe un punto recóndito y caliente, escondido en el mar verde de la selva. Comió carne de lapa y no le gustó. Pasó varios días sin acceso a Internet y aunque es posible conseguir variedad de productos, son costosos porque todo llega por aire o río. Las zonas que visitó en Vaupés y Guainía nunca han tenido carreteras y las orillas del Río Inírida son muy deshabitadas.
Vamos por una doble calzada llena de restaurantes y ventas de frutas, con peajes entregados en concesión a particulares. Hay potreros llenos de vacas. Una valla indica que a 6 kms. está Salgar, municipio en el que hace 50 años Álvaro Uribe Vélez empezó su vida política como concejal. El expresidente promueve ahora una vaca para recoger $1 billón para terminar las vías 4G en Antioquia y, de paso, cambiar de tema frente a las declaraciones de Salvatore Mancuso. Como estamos en Semana Santa podría llamarse “la pesca milagrosa del billón para las 4G”. En las redes varios exhiben transferencias de $1 millón como nueva cédula antioqueña. El gobernador, Andrés Julián Rendón, del Centro Democrático, escribe en Twitter: “Si Antioquia resiste Colombia se salva”. El Clan del Golfo informa que ya aportó $10 millones. En el carro La Muchacha canta: “ay, yo aquí sentada y todo tan paraco”.