Hace una década, en junio de 2013, leí una crónica en El Malpensante que hoy aún recuerdo con escalofrío. Se llama “Yo violada”, la escribió Roberto Valencia para El Faro de El Salvador, y cuenta la historia de Magaly, a la que un grupo de pandilleros sacó de su colegio para violarla por turnos. Fueron más de 15 hombres, y mientras eso ocurría ella temía que a su hermanita menor le pasara lo mismo.
Desde entonces sigo lo que publica El Faro, un medio digital víctima de persecución y amenazas, que desde hace años denunció un pacto entre el presidente Nayib Bukele y las maras de ese país para disminuir los índices de violencia (lo que aquí se llamaría la Donbernabilidad).
Julia Gavarrete, periodista de El Faro, recibió esta semana en España el Premio Ortega y Gasset por otra historia que también está en Internet. En “Una familia que no debe nada huye del Régimen de Excepción” cuenta que Norma, de 50 años, empezó a vivir escondida con su hija y su hijo desde cuando el presidente Bukele suspendió garantías constitucionales para hacer capturas masivas (aquí se llaman igual y fueron populares en 2003). Los hijos de Norma fueron detenidos en 2017, acusados falsamente de terrorismo (lo que aquí se llamaría un falso positivo judicial). Fueron declarados inocentes, pero huyen porque temen que los vuelvan a encarcelar. El gobierno salvadoreño dice que el que nada debe nada teme, pero ellos temen aunque no deban, y el solo temor los convierte en sospechosos (aquí dirían que no estarían cogiendo café).
Bukele alardea de una nueva megacárcel para 40.000 presos, en la que no basta con arrestar a la gente, sino que además hay que exhibirla. La cárcel está en El Salvador pero acá en Colombia ya hay gente de la ultraderecha que babea de emoción ante esas imágenes infames. Lo que no cuenta Bukele nos lo dice El Faro: en dos días de marzo de 2022 hubo 87 homicidios porque el pacto entre Bukele y los pandilleros se rompió, y por eso la nueva cárcel se muestra con una coreografía con la que el Inpec de allá busca amedrentar a los jóvenes que todavía están afuera. Cientos de hombres rapados, tatuados, descalzos, sin camisa, vestidos únicamente con una pantaloneta blanca, corren y se ensamblan unos junto a otros, mentón contra cuello, pecho contra espalda, pierna contra pierna, en una danza macabra de cuerpos que se ven idénticos, porque de eso se trata: de quitarle a cada preso su individualidad, su singularidad, su antecedente de culpable o inocente, para sumarlo a una masa uniforme y deshumanizada, despojada de derechos. Ninguno tose, sonríe, llora, o mira para el lado, ninguno tiene hipo. Todos son una fotocopia del preso vecino.
Al verlos recordé las pinturas de Fernando Botero, quien en 2007 inmortalizó el horror denunciado en 2003 en la cárcel de Abu Ghraib, en Irak. Allí militares gringos torturaron a presos con corrientes eléctricas, correas y perros bravos. Las fotografías que revelaron esos crímenes fueron filtradas, mientras lo que ocurre en El Salvador lo publica orgulloso su propio presidente.
En “Tomar tu mano” Claudia Hernández escribe: “La madre no quiere decirle que, a la edad que tiene y por el cuerpo que ya tiene, cualquier hombre en ese pueblo puede reclamarla como suya y llevársela, quiera ella o no”. Esta novela áspera y hermosa retrata la violencia estructural en El Salvador, llena de agresiones sexuales y micropoderes locales que funcionan como un paraestado y determinan la vida doméstica en pueblos y ciudades.
¿Cómo actuar ante redes tan enquistadas y extendidas de crimen organizado? Bukele y el presidente Petro polemizaron en Twitter sobre este asunto. Bukele defendió sus métodos de macho alfa pandillero, mientras Petro explicó que la significativa disminución de homicidios en Bogotá se logró porque “no hicimos cárceles sino universidades”.
Más allá de si Petro hizo o no las universidades que se atribuye, estoy de acuerdo con él en que la salida es la educación, que como lo recordaron esta semana los rectores universitarios reunidos en Manizales en la Asamblea de Ascun, se construye desde las universidades públicas y privadas. Necesitamos ambas.