Entre la brisa y la luz del proyector

Saliendo de una sala de cine me encontré con Carlos Hernández, un cineasta que hace algunos años, cuando yo era estudiante de pregrado estuvo por la Universidad de Manizales enseñado fotografía, lo único que me dijo fue: ‘qué afortunado que esté por acá viendo cine’. Eso me puso a pensar mucho y un rato entre la presentación y el inicio de alguna película en esos espacios de completo silencio empecé a revisar lo que había pasado para estar ahí, en Cartagena, en el Ficci (Festival Internacional de Cine de Cartagena de Indias). Todo empieza como siempre, con un sueño, el de ir a Cartagena y no visitar sus playas, ni sus lugares turísticos, ni las islas cercanas, ni fuertes, ni murallas; el objetivo ahora es visitar sus salones y salas de cine, improvisadas o establecidas, da lo mismo. Cosa que para muchos es algo inimaginable.

La logística si se piensa con tiempo no tiene mayores compliques, identificar los días que se va a estar, entre más rápido se compren los pasajes son más baratos, el hospedaje con una buena pesquisa se encuentra bueno y barato, y la comida pues hay de todos los gustos y precios, los corrientazos con pescado son una buena opción. ¿De resto? Nada, no se preocupe por las películas, ni por las charlas con los invitados, todo es gratis, todo. Sólo es llevar hidratación para las filas de ingreso, pues algunos invitados convocan mucha gente y eso puede llevarle un buen tiempo bajo el sol, pero casi siempre entran todos. En la fila haga amigos, no sabe quien puede estar a su lado y de pronto se lleva una sorpresa y una buena conversación.

Ahora algo muy importante, la compañía, llévese si puede personas que les guste lo mismo, invítelos que en grupo les sale más barato todo, eso sí que no le digan en medio de una película, vámonos para la playa, no es porque no se pueda hacer sino porque para alguien que le guste el cine no debe desafiar la fortuna de ver películas de festival en un festival y tener a sus realizadores al frente, poder hablar con los directores, preguntarles, decirles en la cara `qué película tan mala o buena’, o por el contrario usar las preguntas para aprender y conocer de primera mano cómo es hacer cine. Otra de las mejores cosas son los estrenos de películas que en condiciones normales ni siquiera van a estar en salas de cine y donde hay que pagar la entrada.

Ahora sí, siéntase afortunado, acomódese y disfrute. El turismo de festivales sea cual sea el tema debe explorarse, si se relaciona con su trabajo aún más, pues la magia es encontrarse con caras conocidas en lugares remotos, ojos ya vistos y que comparten aficiones hacen que se busquen nuevos ojos con otras miradas. Ver cómo piensan otras personas de otras culturas sobre un tema en común es más enriquecedor que cientos de películas y cientos de textos, hacen que se caigan mantos de prejuicios y uno se sienta desnudo ante lo que se devela.

Para los que se preguntan qué cosas interesantes pueden pasar les digo que en un lugar donde se unen el cine comercial, el cine artesanal, el cine de autor y el cine de estudiantes cualquier cosa puede pasar, lo primero que hay que decir es que sí pueden estar juntos, sí pueden sentarse a hablar dos corrientes distintas sobre lo mismo y aprender una de la otra. Claro que la puede criticar: enfréntela, arguméntele en la cara y lo más enriquecedor, pídale argumentos a eso con lo que pelea y verá como las conversaciones crecen y hasta de pronto termina doblegándose, igual no tiene que quedar bien con nadie y en el fondo no tiene nada que perder.

Esta es entonces mi invitación a que se aventuren a mezclar los viajes con lo que los apasiona, disfruten desde el momento de planearlo y sáquele el jugo que pueda, después tendrá tiempo para dormir o nadar o trabajar, pero en el momento desconéctese de un mundo y conéctese con el otro después entenderán todo lo que crecieron, después, cuando racionalicen y comprendan lo que hicieron. Es algo que no se podrá remplazar y que permanece.