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Lo que le espera al economista Javier Milei como presidente electo de Argentina para los próximos cuatro años es un camino de complejidades. Dependiendo de las decisiones que tome para dirigir este país, afectado por el populismo que lo tiene en crisis, se definirá el futuro de su proyecto liberal y libertario. Si Milei acude a ejecutar reformas radicales, como planteó en campaña, con seguridad llevará a este país a un periodo de profundos conflictos sociales y políticos; pero si se inclina por una tendencia menos disruptiva, decide aplazar ese radicalismo, le baja a su soberbia y se va por la línea de algunas fuerzas de derecha que lo apoyaron, como la del expresidente Mauricio Macri, reducirá los riesgos.
Milei llega a estrenarse el libertarismo en la historia de la humanidad, como él mismo dijo, una tendencia que ha venido ganando terreno entre ultraliberales que ven en el Estado el mayor mal y consideran que todo puede ser privatizado, incluyendo asuntos tan delicados como la justicia y la defensa. Eso inclinaría la balanza hacia un riesgoso anarquismo, el dejar hacer. Se ha demostrado hasta ahora que la idea de un Estado fuerte, acaparador de funciones, juez y parte que promueve la izquierda no ha traído los beneficios que pregonan sus defensores. No obstante, Milei debe saber que tras años de un país subsidiado y empobrecido, tampoco le vendría bien tomar decisiones radicales de una sentada.
Un justo medio sería el Estado ideal; ese en el que coexistan lo público con lo privado para lo que no funcione bien en el primer sector, para aquello en lo que lo oficial no es capaz de ejecutar con eficiencia ni tiene la forma, ni los recursos para hacerlo, pero bajo el control institucional, que debe ser fuerte. Milei empezó como un outsider de la política, fue ganando adeptos y se impuso a pesar de sus ideas transformadoras, que para algunos insisten en señalar como un salto al vacío. Su triunfo sobre el candidato del oficialismo de izquierda, Sergio Massa, pone fin a una tendencia de 20 años de gobierno interrumpido en un periodo en Argentina, pero al no contar con una estructura política, sin congresistas ni gobernadores electos, le toca demostrar con acciones que no va a llevar a ese país a un populismo de derecha.
El Gobierno de Milei no debe generar tensiones sobre el futuro y permanencia de las instituciones ni gobernar por decreto para imponer reformas. Hacerlo sería prolongar la división de la sociedad en Argentina. Deberá rodearse y de técnicos y moderados para cumplir promesas como la de dolarización, que aunque fue avalada en las urnas, deberá ejecutarla con precaución para no repetir errores del pasado cuando se ensayó esa fórmula en el país.


El triunfo de Milei no es el triunfo del libertarismo, hay que entender que, como ha ocurrido en otros países, es el voto protesta, el castigo para gobiernos ineficientes, para los que han llevado a las economías de los países a una crisis y al deterioro de la calidad de vida de los pobladores. La coincidencia es que son gobiernos populistas y ahí hay un mensaje fuerte de los electores para los políticos de esta parte del mundo: gobiernan bien o tienen que dar un paso al costado. Ojalá el remedio no sea peor que la enfermedad.