Ver cómo caían pedazos de la Catedral de Notre Dame en París, presa de las llamas, solo puede generar tristeza. Porque no se trata de un símbolo de la cristiandad, que lo es, sino de la presencia viva de la historia, es una estructura de casi un siglo en pie, que sobrevivió a las revueltas de la Revolución Francesa y a los bombardeos de la Segunda Guerra Mundial, pero que ahora, al parecer por un descuido, sufre este durísimo golpe.
Los templos son en muchas partes símbolos de los pueblos. Es lo que sucede, por ejemplo, con la Catedral de Manizales, que cuando en 1962 sufrió su estructura por el terremoto los manizaleños, independiente de sus creencias, se sintieron mutilados, según los relatos de la época, porque ellos la construyeron con esfuerzo, con el compromiso de todos y hasta grupos no católicos aportaron para ello. Igual sucedió en el corregimiento de Arboleda, en Pensilvania, en donde los viejos relataban que lo más duro de la toma fue ver su templo destruido, el mismo que ellos construyeron trayendo arena del río Samaná, al hombro y a lomo de mula.
El escritor William Ospina nos relata en El año del verano que nunca llegó: "Uno de los secretos de esas catedrales consiste en que las paredes no están hechas para sostenerlas, sino para ser una suerte de conjuro exterior, que en sentido estricto son una piel y no un soporte, y que esa piel tiene una fisonomía, tiene ojos y oídos, tiene expresión". Así son estas majestuosas representantes de la arquitectura gótica, estructuras imponentes en las que su dimensión sirviera para albergar la grandeza de Dios. Francia fue nominada la hija mayor del catolicismo, y fue allí en donde se instaló la República y se reivindicó el derecho al Gobierno laico. Ahora se une para lograr la reconstrucción de este símbolo, porque se trata de una oportunidad para reivindicar el arte, la historia, para mostrar que debemos valorar la belleza, la estética. Ya particulares han donado 300 millones de euros para iniciar las obras y el presidente de Francia, Emmanuel Macron, anunció que el Gobierno se hará cargo, como debe ser.
Las ciudades como las concebimos hoy son el mayor rasgo de la modernidad, donde habitan miles de personas y esto permite que se viva en comunidad, que haya acuerdos sociales para que entre todos se puedan hacer las obras comunes necesarias y también que se hagan grandes construcciones que respondan a momentos clave de la humanidad, que es lo que representa Notre Dame.
Fue una buena noticia conocer en la evaluación de los daños que no se afectaron partes estructurales de la obra y se sigue haciendo el inventario. Se suma este incendio al del Museo Nacional de Brasil, en Río de Janeiro en septiembre del 2018, el más importante de Suramérica. Estas tragedias nos hacen pensar en qué tanto protegemos nuestros monumentos, nuestras obras de arte. Qué tan protegidas están las construcciones históricas en el mundo y en nuestra región, en donde tenemos el centro histórico más grande del país reconocido y en donde contamos con piezas con valor patrimonial. Esto nos debe hacer reflexionar, porque sobre la historia que construyeron los que nos antecedieron sigue su camino la humanidad.
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