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El voto preferente, esa forma en que se legalizó la nefasta operación avispa en las listas a los cuerpos colegiados, parece que se quedará para largo como premio a las empresas electorales y en desmedro de dirigentes que pretenden hacer una política justa. El problema que entraña esta forma de escogencia es que los partidos políticos dejan de ser una colectividad para convertirse en una amalgama de intereses personales, que a veces deciden como unidad, pero que casi siempre privilegia el individualismo, en contra de lo que merece una democracia, unos partidos fuertes y capaces de concitar la atención alrededor de unos intereses comunes.
Los problemas de este tipo de elección son muchos, pero se cuenta como grave el del encarecimiento de las campañas políticas, sobre todo entre los aspirantes al Senado, toda vez que deben empezar a competir con verdaderas industrias de votos, a buscar alianzas en diferentes regiones que permitan obtener una votación tan importante que implique salir elegido, lo que resulta aún más difícil en departamentos pequeños como el nuestro, lo que terminará por castigar las regiones por el número de habitantes y premiar a otras por la cantidad de personas que tienen o, peor aún, por la cantidad de votos que logran sumar en las urnas, no siempre obtenidos de la mejor manera como se ha probado en no pocas ocasiones.
Al tiempo que la Reforma Política que se tramita en el Congreso insistirá en este sistema de elección, en Caldas empiezan a dejar sus curules tradicionales jefes políticos. La salida de Mauricio Lizcano, de Luis Emilio Sierra y de Jorge Enrique Robledo, quienes seguro no volverán al Senado de la República abren una apuesta por lo que puede pasar con sus grupos políticos y deja la incertidumbre de si Caldas es capaz de retener estas curules en la próxima legislatura. En política muchas cosas son inciertas, pero lo son más cuando no hay claridad sobre la sucesión de los poderes y todo esto pasa por los mismos personalismos con los que se trabaja en nuestro sistema democrático. Lo que puede pasar es que el departamento pierda terreno en representación, sobre todo cuando llegan cada vez más cazadores de votos de otras regiones y a veces con el acompañamiento de los dirigentes tradicionales.
El cuento de que el Senado es por interés nacional no se lo creen los políticos ni en Bogotá. Es evidente que tanto este organismo como la Cámara de Representantes suman nombres de regiones en busca de gestión por estas. Muy pocos en Colombia eligen congresistas con la mirada de que tienen vocación nacional. Si bien eso ha favorecido en su momento algunos nombres, es evidente que no suman más de un puñado quienes llegan realmente por tener un programa que represente los intereses de la Nación, a pesar de lo que diga la Constitución y la ley en torno a sus responsabilidades y matices entre unos y otros.

Una región necesita de políticos que entiendan sus problemas, que los vivan, que tengan conexión directa con sus dirigentes locales, que sepan entender los fenómenos y las necesidades de cada población, lo que no sucede con los cazadores de votos de otras latitudes que se aparecen solo en época electoral y si acaso se asoman de nuevo es para atribuirse gestiones que no dependen de ellos o para ver cómo logran cautivar a otros líderes. Poco o nada les deben los caldenses a los políticos que dicen representarnos cuando su base electoral se encuentra en otros territorios a las que se deben en primer término.