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A poco más de dos meses del comienzo hipotético de la edición 65 de la Feria de Manizales aún es incierta su realización. El solo hecho de que aún el Instituto de Cultura y Turismo (ICTM) no tenga la certeza de cómo sería ese evento, lleva a pensar que es mejor considerar otras alternativas, además porque al paso que va la pandemia de covid-19 en la región, para finales del año y comienzos del 2021 estaríamos viviendo una situación que no permitirá fomentar eventos que impliquen aglomeraciones. No es prudente hacer una feria, que es sinónimo de concentración de personas, en medio de la emergencia de salud pública que vivimos.
A esto hay que sumar la infeliz circunstancia de que el ICTM se mantenga con un gerente encargado y no con uno en propiedad que tenga la experiencia suficiente para acometer una responsabilidad tan importante, como la realización del principal evento de la ciudad. La Feria de este año fue, sin duda, un éxito, gracias a que desde el mismo empalme con la administración pasada estuvo al frente una persona que ya había realizado varias ferias en el pasado y tenía claro su manejo. En esta ocasión no vemos que eso esté garantizado, lo que aporta un ingrediente adicional a la incertidumbre.
Es verdad que muchas familias, cada año, dependen de la Feria para poder garantizar el sustento de varias semanas y hasta meses, y que son esos hogares los más golpeados con la actual crisis económica, derivada de las restricciones en la movilidad a causa de la pandemia. También es cierto que la economía local, en general, tiene en la Feria un gran dinamizador cada año, pero habrá que pensar en otras alternativas para que el golpe económico no sea tan fuerte, si finalmente se decide sensatamente no hacerla, o buscar otra fecha para realizarla.
No sería la primera vez que ocurre: fue cancelada en 1980 como consecuencia del sismo del 23 de noviembre de 1979, y en 1986 debido a la emergencia del Nevado del Ruiz, que hizo erupción el 13 de noviembre de 1985. Hay que observar qué pasó en aquellos años y ver qué experiencias podrían traerse al presente para que, desde el punto de vista económico, hallar nuevas opciones para quienes dependen plenamente del evento.

Hacer la Feria solo por cumplir, de una manera que no correspondería al espíritu de la fiesta de cada año, es algo que no parece acertado. Para hacerla mal es mejor no hacerla. Si nos atenemos a los eventos principales, como la temporada taurina, el Reinado Internacional del Café, los conciertos de la Plaza de Bolívar y los Juegos Pirotécnicos, ninguno de ellos podría hacerse. Sin público esas actividades no tienen sustancia, y tratar de hacerlas sería una completa irresponsabilidad: no sería posible evitar que los públicos se vuelquen a las calles. Hacer la feria en enero es correr un riesgo innecesario, hacerla virtual es renunciar a su esencia, cancelarla o aplazarla son las mejores opciones.