Durante varios días, gran parte de noticieros y redes sociales no hablaban sino de los tripulantes del sumergible turístico, cinco millonarios, quienes bajaron al planeta existente a 4.000 metros de profundidad, con la intención de ver el lodo que cubre las últimas chatarras del famosísimo barco británico Titanic; ruinas que millones de consumidores han deseado ver, pero poquísimos mortales-consumidores lo han conseguido. Yordi Rosado entrevistó a Alan Estrada, una de las pocas personas que han visto lo que queda del transatlántico, es “una aventura fantástica”, “muy poca gente ha hecho esto” dice Rosado y Estrada le contesta “297 personas en el mundo” y Rosado dice ¡Imagínate de ocho mil millones de seres humanos! (…).
Barcos, aviones de la Guardia Costera de Estados Unidos y de Canadá, y un robot con alta tecnología se dedicaron a la búsqueda del millonario Hamish Harding y de los otros tripulantes, como no ha sucedido con los naufragios de niños africanos y de sus padres en las costas de Europa. Mientras aquellas personas sufrían la desgracia de estar incomunicadas en medio de una terrible oscuridad en la que, además, perdían oxígeno, nosotros consumíamos los titulares que atrapaban nuestra atención, la cual se ha vuelto un gran negocio: “Desaparece submarino rumbo al Titanic”, “El maldito Titanic: 32 horas finales”, “¿Cómo es Titán y qué pudo pasarle?”, “Intensifican búsqueda de sumergible cerca del Titanic”, “Se agota el oxígeno?”, “Ya se apagó la esperanza”, “¡Quedan solo 6 horas!”, “¡Les quedan menos de tres horas mientras ves este video!”, “¿Quiénes eran los cinco tripulantes que perdieron la vida en el Titán?”
Como dice Zygmunt Bauman (2007), en su libro Vida de consumo, “en esas fantasías de ´Ser famoso´ no es más (¡ni menos!) que ser exhibido en la portada de miles de revista y millones de pantallas, ser visto, mirado, ser tema de conversación, y por lo tanto presuntamente deseado por muchos – como esos zapatos, faldas y accesorios que brillan en las revistas o las pantallas de televisión y por lo tanto son vistos, mirados, comentados, deseados. (p. 27)
Los turistas millonarios bien pudieron ir a las Vegas “donde se encuentra cinco mil objetos” “cool” del Titanic —como dice el guía de la exhibición del video—, lo cual “nos permite comprender el misterio que ha rodeado el hundimiento del Titanic”. Allí se encuentra un perfecto duplicado del barco que podían ver sin arriesgar sus vidas, “pero la reproducción más espectacular es la Gran Escalera” por donde caminó la aristocracia de primera clase y por donde el turista podía, también, caminar y hacerse selfies; además, era posible adquirir objetos que se venden en la “tienda del recuerdo”. Pero, ir a dicha exhibición no tiene nada de exclusivo. Esta visita ya la pueden hacer, incluso, los pensionados de la clase media de América Latina.
La felicidad, dice Bauman, aumenta con los ingresos, pero la sociedad líquida de consumidores es, a su vez, eternamente insatisfecha. De allí, por ejemplo, el viaje que hizo durante unos días el exembajador de Colombia en Venezuela, Armando Benedetti, a la lejana Turquía, con el objeto de ver un partido de futbol y de la asistencia de Shakira al Miami Grand Prix de Fórmula I, en el cual fue fotografiada con el Olimpo de Hollywood para que todos consumamos otra y otra vez sus envidiadas vidas. En este mismo sentido, la hija del tripulante francés del Titán, quien había bajado 30 veces a ver el naufragio “más famoso del mundo”, señaló que su padre “es feliz allí donde está”; antes de partir a su aventura, el piloto dijo que quería ser recordado como un “innovador”, ¡qué felicidad!
Hasta la muerte de estos turistas fue distinta a la de millones de personas que preferimos -por falta de dinero y por amor a la rutina- pasar nuestras vacaciones en una finca prestada, viendo televisión o cuidando a los niños. Ahora, los pedazos del sumergible Titán yacen esparcidos cerca del “más famoso naufragio del mundo”, ¡qué honor!
Finalmente, se ha iniciado la renovación religiosa de la sociedad de consumidores, esa sociedad de niños mimados que quieren que se les satisfaga todos los deseos como, quizá, la de Tom Cruise de acostarse con la “latina más famosa” del pop. Un periodista, creo que de la Fuerza Informativa, dijo que “la tragedia volvió al mismo punto 111 años después del naufragio del Titanic” y el director de la famosa película, James Cameron, señaló “su asombro por las coincidencias” entre el naufragio de Titanic y el Titán.
En un futuro, las vidas perdidas por el yugo de sus deseos se convertirán en objetos de una “tienda del recuerdo”.